VÍCTIMAS DEL DOLOR- UN NUEVO COMIENZO

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      Ángela: 

      Para todos los que preguntaban, ella era Angélica Mash, tiene diecinueve años y fue cruelmente asaltada mientras regresaba de correr.

      Ahí mismo sacó una nueva identificación como Angélica.

     Estaba decidida a dejar todo atrás y lo estaba cumpliendo.

     Si bien en todos lados se comentaba sobre los Arcano y los Vertuchzi y sabían de la existencia de Ángela Arcano, nadie jamás vio su rostro y eso en estos momentos la favorecía.

     Le dieron el alta y pudo dar pie a su idea de vida.

     Salió de ahí e ingresó directo al ascensor, un joven ingresó corriendo junto a una niña de unos diez años, de repente el ascensor se descompone, Ángela con toda la paz del mundo presionó el botón de ayuda y se recostó en la pared a esperar. 

     Ya había estado secuestrada y con su ex ¿Qué tan mal le podría hacer estar en un ascensor con dos desconocidos? absolutamente nada, hasta que la niña se sentó en el piso y su hermano le desabrochó la campera intentando darle aire, ella sólo decía entre sollozos— Hermano... hermano esto no me gusta, me voy a morir.

—Tranquilízate Emma, por favor, sabes que esto siempre sucede.

—Siempre que... que eso pasa está mamá y ahora estoy sola.

—Déjame ayudarte —dijo Ángela acercándose a ella, de niña le temía a la oscuridad y sólo podía estar en un lugar oscuro si era junto a su madre, claro está que no era el mismo caso, pero algo dentro de ella le decía que debía ayudarla, eso y que su hermano no servía para absolutamente nada— a ver quítate.

—Pero soy su hermano.

—Pero aquí non ayudas —sonriéndole falsamente— ya vendrán por nosotros.

—Mira, la conozco desde que tiene uso de razón, no eres quien para echarme así.

    Ésta hizo caso omiso a sus palabras y tomó las manos de la niña— ¿Cuál es tú nombre? 

—Emma.

—Me gusta tú campera ¿Te gustan los unicornios? —dado que el abrigo llevaba imágenes de ellos y en este momento lo único que ella quería hacer era distraerla.

—No, me dan asco, pero no había con robots.

—Entiendo, mira, ya no llores, respira profundo.

—No puedo hacerlo, no puedo.

Sí puedes, cierra los ojos, confía en mi —y así lo hizo— muy bien, ahora inhala y exhala, tranquila, eso es ¿Cómo te sientes? 

—Algo mejor, pero no quiero abrir los ojos.

—No lo hagas... imaginemos algo, imaginemos que estamos en una tierra... no, en un bosque, donde sólo hay robots, altos, bajitos y de muchos colores ¿Qué más podría haber? 

—Elefantes —dijo la niña— y loros, muchos, muchos animales.

—Perfecto y... —en eso el ascensor comenzó a funcionar y luego las puertas se abrieron— Somos libres! ya puedes abrir tus ojos.

     La niña al principio lo dudó, pero luego lo hizo, Ángela se despidió de la niña —la cual le había agradecido en todos los idiomas— y luego caminó por las calles sin saber hacia donde. 

      

     Dos años después: 

—Mi amor ¿Ya traes las invitaciones? —preguntó ella.

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