18. La Bastilla.

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Chloe y Néstor fueron capturados y llevados directamente a la temida prisión de la Bastilla, un lugar que evocaba oscuridad, opresión y desesperanza.

La Bastilla, situada en el corazón de París, había sido construida en el siglo XIV como una fortaleza defensiva, pero con el tiempo se convirtió en una prisión emblemática del régimen opresivo.

La apariencia de la Bastilla era imponente y amenazante. Sus altas torres y gruesos muros de piedra se alzaban como un recordatorio constante del poder y la autoridad del gobierno.

Era un lugar infame, conocido por albergar a aquellos considerados peligrosos para el régimen, así como a los prisioneros políticos.

Las celdas de la Bastilla eran espacios reducidos y sombríos, donde la luz apenas podía penetrar. Las paredes estaban cubiertas de humedad y la falta de ventilación y limpieza creaba un ambiente opresivo y poco saludable. Las condiciones de vida eran deplorables, con escasa comida y agua, y los prisioneros eran sometidos a un régimen estricto de vigilancia y maltrato.

A lo largo de los años, la Bastilla había adquirido un aura de misterio y crueldad. Se decía que las torturas y los interrogatorios se llevaban a cabo en sus sótanos, donde los prisioneros eran sometidos a todo tipo de atrocidades para extraerles información o confesiones.

Minutos antes de cruzar su gran portón de madera, mientras los guardias los llevaban hacia su destino en el interior, y a pesar de que ambos temblaban de incertidumbre, se prometieron a sí mismos que, incluso si el régimen intentaba sofocar su espíritu, su resistencia y su deseo de libertad permanecerían inquebrantables. Aquella prisión podría ser un lugar de desesperación y sufrimiento, pero también se convertiría en un símbolo de su valentía y determinación.

Néstor fue conducido por dos guardias a una oscura y solitaria celda en lo más profundo de la prisión. El camino hasta allí estaba lleno de pasillos estrechos y tortuosos, donde el eco de sus pasos resonaba ominosamente en las paredes de piedra.

Curiosamente al mirar una de las antorchas que iluminaban las paredes de los pasillos, Néstor recordó la semejanza de ese lugar con los pasillos de la cueva subterránea que le llevo al inframundo.

La celda en la que fue ingresado era pequeña y apenas permitía espacio para moverse. Las paredes estaban cubiertas de humedad y el suelo de piedra era frío y desolado. La única fuente de luz provenía de una pequeña rendija en lo alto de la pared, que apenas permitía la entrada de unos pocos rayos de sol. El aire era espeso y cargado, y el silencio opresivo parecía pesar sobre él.

A medida que las puertas de la celda se cerraban tras él, Néstor se encontró solo y sumido en la oscuridad. La sensación de aislamiento y claustrofobia se apoderó de él, mientras sus pensamientos se llenaban de incertidumbre y preocupación por su destino. Sabía que estaba atrapado en las garras de un régimen implacable, y la realidad de su situación empezaba a pesarle.

A medida que se acostumbraba a la oscuridad de la celda, Néstor se concentró en mantenerse firme en sus convicciones y en recordar la razón por la que había luchado desde el principio. Aunque su situación era desesperada, sabía que el espíritu de libertad no podía ser encarcelado y que su lucha personal no podía terminar en un sitio así.

En la soledad de la celda, Néstor encontró la fuerza interior suficiente para resistir y esperar su momento. Sabía que la lucha no había terminado y que, a pesar de las adversidades, se mantendría fiel a sus ideales y seguiría luchando por un futuro en el que la libertad y la justicia prevalecieran sobre la opresión.

El ruido de la llave girando en la cerradura de la celda sacó a Néstor de sus pensamientos. El corazón le latía con fuerza mientras la puerta se abría lentamente, revelando la figura imponente de Robespierre ante sus ojos.

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