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Luzu salió de la habitación que el dueño del casino le rentaba, se sentía tan aliviado de por fin haberse dado un baño, incluso se podría decir, que eso mejoró su humor. Hasta que un híbrido de oso lo tomó de la mano y lo arrastró hacia el elevador.
–¿Cuál es tu prisa? –preguntó enfadado al mismo tiempo que se soltaba del peliblanco.
–Te diste el lujo de bañarte pero ahora vamos tarde a la cena –se recargó en la pared contraria a la del castaño– Estoy hambriento y no sé si ese gilipollas ya está en el comedor, si lo hacemos esperar se va a enojar.
–¿Tanto miedo le tienes? –sonrió burlón mientras se cruzaba de brazos.
El de ojos esmeralda soltó un bufido– Claro que no, estoy siendo amable contigo.
–¿Conmigo? –preguntó extrañado.
–Tú eres el que tiene tanta urgencia por regresar a Karmaland –respondió serio.
El castaño se encogió de hombros– No es mi culpa que tú quieras continuar siendo el esclavo de ese niño.
–No soy su esclavo –gruñó.
–Claro que no –dijo sarcástico– Simplemente le besas los zapatos por placer.
Aquel comentario le había molestado a Rubius, no le gustaba sentirse y mucho menos que pretendieran pisotearlo, él merecía más que eso, consideraba qué él se merecía el mundo entero.
Pero cuando estaba a punto de responderle a su compañero, las puertas del elevador se abrieron y vieron al chico de piel dorada, quien formó una amistosa sonrisa en su rostro y no tardó en adentrarse al elevador.
–¿Listos para la cena? –preguntó curioso.
–¿Tú también estás invitado? –cuestionó sin mucho interés.
–Desafortunadamente... –respondió con franqueza.
–¿Tan malo es cenar con el dueño de todo esto? –preguntó el de ojos verdosos.
–Si Wilbur no empieza con sus comentarios de doble sentido... Estaremos bien –miró al castaño– Veo que te pusiste guapo.
Luzu puso los ojos en blanco y después miró al rubio– Yo soy guapo.
El de cabello blanco se cruzó de brazos y desvío la mirada– Claro... Muuuy guapo –dijo con ironía.
–Si no fuera guapo, ¿por qué se te caía la baba aquel día que salí del lago? –sonrió divertido.
Las mejillas del híbrido ardieron de la vergüenza y solamente se limitó a mostrarle su dedo de en medio al más alto.
–Creo que... La cena no será el único lugar donde me sentiré incómodo –comentó el de piel dorada un tanto desilusionado.
