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El de mirada carmín se encontraba dentro del ascensor, escuchando una melodia que solo lograba desesperarlo cada vez más, en sus manos llevaba una charola con la cena que le había preparado involuntariamente al dueño del casino.
Las puertas se abrieron y comenzó a dar pasos tranquilos hacia la oficina del azabache, los hombres musculosos qué se encontraban a cada lado de las puertas, abrieron estas para que el visitante pudiera entrar y entregar lo que se le había ordenado.
El mexicano se encontraba sentado en su silla, observando la vista que su ventanal le ofrecía, era de noche y toda la ciudad era iluminada por la luz de los altos faroles, era una vista hermosa y todo eso... Era su imperio.
Todo eso era el legado de su padre.
–Aquí está tu cena –dejó la charola sobre el escritorio a espaldas del otro.
–¿No amas la vista de este país? –preguntó en un tono serio pero en su rostro tenía una pequeña sonrisa, la cual, el castaño no podía ver.
–Solo he estado unas horas aquí... Y en realidad comienzo a odiarlo –respondió franco.
El menor giró su silla para poder observar al sujeto qué se encontraba en su oficina, pero inmediatamente sus marrones volvieron a conectarse con los rubíes de aquel chico tan jodidamente apuesto para sus ojos.
–¿Solo unas horas? ¿No eres de aquí? –preguntó confundido.
–Eso es algo que poco le importa... Señor –dijo serio.
El azabache frunció el ceño– Si pregunto es porque me intriga saber el origen de tus palabras, imbécil.
–¿Para qué quiere saber? –se humedeció los labios y se recargó en el escritorio del menor con ayuda de sus brazos– ¿Para saber a donde enviar nuestros cuerpos en descomposición? –sonrió engreído.
Quackity soltó una pequeña risita– En primera, quiero saber que tipo de personas se metieron en mi hotel y casino –observó la botella de vino qué se encontraba en la charola, la abrió y comenzó a vertir un poco en su copa– En segunda, solo los mataré si no me obedecen, si se ponen de rebeldes o si no acatan mis ordenes como yo espero que lo hagan –el extranjero puso los ojos en blanco– En tercera... Llamame Big Q, no "niño", no "señor" –le dió un trago a su bebida cuando terminó de hablar.
–Big Q... –el menor sonrió al escuchar la forma que el castaño había pronunciado su apodo, sin embargo, Luzu se había inclinado para acercarse un poco al propietario de aquella oficina– Ganate el derecho de que te llame así –Inmediatamente se alejó de él.
–Ese es mi nombre –habló un tanto extrañado.
¿El tenía que ganarse el derecho para ser llamado así?