uno; todo depende del cristal con que se mire

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—Que tengan un buen día, hijos.

El castaño tomó su mochila y abrió la puerta del copiloto del viejo automóvil de la familia. Antes de salir, respondió:

—Tú también, mamá.

Su hermana menor — quien iba sentada en el asiento de atrás— también salió con su mochila en brazos, y cerró la puerta con sumo cuidado, como si sintiera que en cualquier momento el vehículo se caería a pedazos.

—¡Que Dios los bendiga! —se despidió la señora Lee.

La mejor palabra para describir el trayecto a la escuela era: predecible. De lunes a viernes, su madre, su hermana menor, Olivia, y él se subían a la carcacha que tenían por auto. Una vez dentro, su madre hacía una pequeña oración antes de intentar arrancar el vehículo por lo menos tres veces —Felix había opinado hacía meses que tal vez era momento de comprar otro auto, pero sus padres se habían negado rotundamente, argumentando que no eran personas materialistas, que debían ser humildes en vez de ambiciosos y que aprovecharían el vehículo hasta que no funcionara más—. Posteriormente, la señora Lee prendía la radio en una estación cristiana, donde sonaban alabanzas y canciones del estilo, y aquel era el único ruido de fondo durante el camino. Finalmente, cuando llegaban a la Secundaria Saint Francis, les daba la bendición y no se marchaba hasta que sus dos hijos estuvieran dentro de la institución.

—¿Hiciste tu tarea, Liv? —preguntó Felix, mientras cruzaban el pasillo principal del edificio.

—Siempre —respondió la chica de quince años con una sonrisa.

—¿Trajiste tu almuerzo?

—Nunca lo olvidaría.

—Bien —Felix se detuvo para tomarla de los hombros y dejar un beso corto en su frente —Nos vemos a la salida, ¿Sí? Que te vaya bien.

—A ti también —respondió la menor —Que Dios te bendiga.

—Sí... Eh, igualmente —dijo el castaño antes de alejarse en dirección a su casillero. Una vez que estuvo frente a la puerta metálica de color gris, puso su combinación para abrirla y sacó su libro de química, pues era su primer clase del día. Cuando se dio la vuelta, dio un brinco al notar una presencia inesperada tras él, que lo miraba mientras esbozaba una sonrisa adornada con frenos.

—Buenos días.

—No puede ser, Jeongin —Felix llevó una mano a su pecho —Te he dicho mil veces que no hagas eso.

—Es divertido asustarte —su amigo rió inocentemente —Boo.

—Por lo menos haz algo de ruido... Pareces un fantasma.

—Los fantasmas no existen, bobo —le recordó Jeongin.

—¿Que tenía que ver? Era un ejemplo —señaló Felix, algo fastidiado.

—Wow, alguien no durmió bien.

—Mi papá me puso a rezar ayer —explicó el mayor de los dos, empezando a caminar hacia el aula en donde tenían su clase. Jeongin lo siguió —Cincuenta veces el "Padre nuestro".

—¿Qué hiciste? —el chico de los frenos lo miró con sorpresa. Su amigo tendía a ser muy recto y obediente con las reglas de su familia; era raro que lo castigaran.

—Encontraron un dibujo que estaba haciendo... Se me ocurrió pintarle el cabello de rojo y la ropa de negro al chico de mi pintura. Pensaron que era una alusión a Satanás o algo así... ¡Pero para nada fue mi intención que pareciera eso! Creí que podía jugar un poco con mi arte...

—Ay, no. Te he dicho que no te arriesgues con eso, Lix —le recordó Jeongin —El arte puede ser peligroso... tanta libertad de expresión puede hacer que pierdas el control. Sólo haz lo que está permitido para nosotros, es lo mejor.

say yes to heaven | chanlix Donde viven las historias. Descúbrelo ahora