veinticinco; los frutos del pasado

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Felix

Verano del 2016

Felix Lee tenía diez años la primera vez que escuchó la palabra “maricón”. Aquel era un término que no estaba en su léxico, pues cuando sus compañeros se molestaban unos a otros se limitaban a llamarse “gay”, como si fuera un insulto. Desafortunadamente, fue un concepto que conoció tras haber sido llamado de esa manera por gente cercana.

La víspera de navidad podía percibirse en las calles de Sydney de mil formas diferentes. Las familias se reunían en las playas como cada año para celebrar, rodeados por cientos de luces de colores y envueltos con la ligera brisa veraniega. Aquel año, algunos tíos, primos y sus abuelos —todos pertenecientes a la familia materna — y por supuesto,  sus padres y sus dos hermanas, se encontraban en Bronte pasando un buen rato bajo la puesta de sol, con los pies sobre la arena.

—¿No te meterás al agua, Lix? —le preguntó su pequeña prima, Danielle, quien en aquel entonces tenía cinco años. La niña chapoteaba sentada en la orilla, donde el agua no le llegaba ni al pecho. Su largo cabello castaño, ondulado por la brisa del mar, la hacía parecer una pequeña sirena.

—No, prefiero vivir —bromeó el chico de las pecas. Las violentas olas que se divisaban a lo lejos eran bastante amenazantes: la manera en la que se construían y golpeaban con fuerza antes de deshacerse sin importar quién estuviera cerca le parecía aterrador.

Por aquel temor, se había negado a que su madre le enseñara a nadar. En algún momento de su infancia temprana lo había intentado, pero al estar tan tenso y asustado se había ahogado varias veces, aunque su madre había estado ahí para sacarlo a flote en cada una de ellas.

Años después, Felix Lee no sabría en qué momento se alejó tanto de su madre.

—¡Vamos, Lix! —exclamó su primo mayor, Wonpil, de quince años.

—¡Me da miedo! —confesó.

—¡No pasa nada! No seas maricón.

Felix inclinó la cabeza a un lado, confundido.

—¿Cómo?

—De por sí pareces niña, no te portes como una también —rió el chico, como si hubiera dicho el chiste más gracioso de su vida.

El chico de las pecas poseía una belleza un tanto andrógina desde pequeño. Cuando tenía tres años y salía a la calle con su familia, la gente que los veía pasar solía comentarle a sus padres que tenían tres hijas muy hermosas, a pesar de que la vestimenta del niño contradecía aquellos comentarios. Su padre solía lanzarles miradas cargadas de indignación y molestia, mientras que su madre sonreía, negaba con la cabeza y aclaraba “él es un niño” mientras señalaba a su único hijo. Aparentemente las personas nunca eran lo suficientemente observadoras.

Conforme pasó el tiempo, su belleza no se esfumó, pero se tornó un poco más masculina. El niño estaba a punto de cumplir once años, le faltaba casi nada para llegar al importante escalón de la pubertad, pero aún podía fingir ser una niña si se vistiera como tal y pasar desapercibido. Poseía una suave cabellera castaña, rostro pequeño, facciones finas, cejas definidas, labios con un prominente arco de cupido y una constelación en sus mejillas.

Jamás le habían molestado aquellos malentendidos, hasta ese momento: las palabras de su primo fueron la gota que derramó el vaso. Sus manos formaron puños y caminó directo hacia el agua sin vacilar, donde sus primos y su hermana mayor jugaban. De ninguna manera lo iban a volver a llamar “niña”, pues él era un varón, y uno muy valiente.

—Te voy a demostrar que no soy una niña —le dijo con seguridad a su primo. Rachael, de tan sólo trece años, escuchó  la voz de su hermano y se volteó para verlo, confundida.

say yes to heaven | chanlix Donde viven las historias. Descúbrelo ahora