Zion doce años...
Mamá disfrutaba mucho cuando le llevaba flores, algunas veces (la mayoría de veces) las robaba de un enorme jardín que estaba justo en la calle que conducía a casa. Siempre las recibía con amor y me daba un beso en la mejilla, sus ojos caritativos siempre brillaban con amor.
Esta vez, corté un girasol enorme. A mamá le gustaban los lirios, pero esta vez no había uno cerca. Tenia que ser cuidadoso, ya me habían descubierto robando flores, pero mis piernas largas siempre eran más rápidas. Tenía doce años, pero era mucho más alto para mí edad. Mamá siempre me regañaba por meterme en problemas. Pero nada se comparaba con sus ojitos castaños cuando le regalaba una flor.
Nuestra casa estaba en un vecindario un poco feo, habían casas abandonadas, otras tomadas por pandillas y las que estaban cerca de mi casa, eran las más civilizadas. Nuestra casita era sencilla, con tres habitaciones y un baño compartido. Papá trabajaba como chófer de una casa de millonarios en una ciudad lejana. Llegaba a casa cansado pero mamá y yo nos asegurabamos de que recibiera atención y cariño.
¡Amo a mis padres! Son dulces, me cuidan, y me intentan dar lo que pueden. Mamá no puede trabajar porque está enferma en este momento por la artritis, papá hace lo que puede para sus medicamentos pero no le alcanza. La familia para la que trabaja no le paga mucho.
He estado aprendiendo unos trucos en la computadora vieja que papá me compro. He pasado horas y horas en Internet, soy bueno para la tecnología, a mis amigos les he hecho trabajos como hackear cuentas de Facebook, y las demás redes. He explorado la Dark Web, aun no soy un profesional. Pero he aprendido mucho. Con lo que gano, ayudo a papá. A él no le gusta mucho que haga eso, pero se que necesitamos el dinero.
– ¡Mamá, ya llegué!– dije emocionado. Me quite el abrigo, es época lluviosa y de frío, también mi mochila la dejé colgada. Me quite mos botas de hule, estos días llovía mucho y era mejor llevarlas.
Unos minutos pasaron, era extraño. Mamá salía a recibirme a los segundos de haber llegado a casa. Entonces, vi salir a mis padres, tomados de la mano. Sorprendido por ver a papá en casa y también por la mirada en sus ojos, solté el girasol cayendo al suelo, pregunte.
– ¿Qué pasa?
– Mamá tenía restos de lágrimas en sus ojos, su nariz estaba roja y papá lucia tenso.
– Tenemos que hablar Zi– dijo padre. Trague grueso saliva.
Diez años después...
– ¡Zion!– gritó Leani. Corrió a abrazarme, con una sonrisa la recibí. No paraba de besar mi mejilla y decirme lo feliz que estaba de tenerme en casa.
– Me alegra verte– contesté. Leani puso los ojos en blanco por mi simplicidad. Abrazados caminamos hacia el salón principal. Mis maletas estaban en mi auto. La mansión no había cambiado mucho. Tenía esa vibró victoriana y a la vez moderna de siempre. Edmund no había hecho cambios, estaba tal y como Irene la dejo.
– Te fuiste por mucho tiempo ¿Como te fue en Australia?– preguntó Leani.
– ¿Quieres te? ¿Café? ¿Algo de tomar o comer?– su voz era como la recordaba, como la madre preocupada. Suspiré.
– Nah. No quiero nada, y Australia estuvo bien, aprendí a vivir con arañas, osos y animales fuera de lo común. Además de las chicas, claro– repondi guiñendole el ojo. A decir verdad, no había tenido sexo tanto como hubiese querido, fui por una razón. Necesitaba desarrollar mi programa de tecnología, para comenzar mi empresa. Henry y Zac se me unieron en el camino. Son dos cerebritos, pero mis habilidades son mucho mejores. Entre los tres hemos echado a andar la empresa. Aún me faltan unos detalles, pero no es nada.
– Nunca cambias... Vienes por un corto tiempo o te quedas...
– No lo sé. Sabes como soy, además anhelo tanto compartir con mi hermanito–. Nada era cierto, pero eso tampoco tenía que saberlo Leani. La quería mucho, ella me ha defendido siempre, pero soy reservado con mi vida. No dejo entrar a nadie, no confío en nadie menos en Edmund, él quisiera matarme, de hecho podría hacerlo y no entiendo porque no lo hace.
Lo mismo digo de ti, Zion.
Platique un poco más con Leani. Luego subí mis maletas a la habitación. No había más personal de servicio, a excepción por el jardinero y Darco el chófer.
Tome un baño largo, tranquila dejando que mi cuerpo y mente relajaran. Luego me puse unos joggers, una camisa negra y me tire a la cama.
Estaba divagando entre las aplicaciones de mi celular. No era muy adicto a las redes sociales, no tenía mi cuenta, ni mi nombre relacionado a nada, era cuidadoso, como hacker sabía todos los trucos a los que esas redes te sometian. Información robada,podían leer y incluso escuchar todo lo que tenias para escuchar. Aunque diseñe un programa de privacidad que bloquea básicamente todas las funciones de mi celular cuando yo las usaba. Es decir, podría navegar sin ser detectado, y si alguna vez me detectaban la señal iba dirigía a Aruba, donde había contratado a otros hackers que interferian la información. En resumen, navegaba como si yo no existiese en la red.
Si, lo sé. Soy genial.
Aburrido. Sin mucho que ver, decidí bajar por algo de comer, mi pie estaba en el último escalón cuando la puerta principal se abrió. Genial.
– ¿Qué haces aquí?– gruño Edmund. Su aspecto había mejorado, ya no solía tan mal. Pero esa mirada de lobo feroz y lo tenso que se ponía, me decían que solo era una fachada. Suspiré.
– También me da gusto verte medio hermano– conteste sonriendo. Edmund hizo una cara de disgusto. Parecía que se estaba conteniendo.
– ¿Cuanto tiempo vas a quedarte?
– No es de tu incumbencia.
– Es mi casa Z.
– ¡Noticias de última hora! También es la mía – mi tono burlon no le agrado. Se acercó a mí, éramos casi de la misma estatura, Edmund era unos pocos centímetros más alto que yo. Su cabello oscuro y sus ojos verdes con tintes castaños me recordaban a Irene, me tense.
– Cuida tu tono de voz Zion. Está casa la mantengo de pie yo, tu jamás te haz preocupado por ella. Eres un bueno para nada– su voz era amenazante. Si no lo conociera, me intimidara. Pero Edmund y y lo hemos hecho muchas cosas malas, ni el ni yo somos santos. Pero siempre me eleva los nervios tener que ver su puta cara cerca de la mía.
– ¿Qué esperas? ¿Qué te de las gracias?– solte una risa incrédula.
– Yo no me doblegó anti ti Eddie. Tu a tu mierda y yo a la mía–. Un paso más. Uno más, y su puño se estrellara contra su cara. Tensión, adrenalina, enojo, frustración, ganas de romperlo. Siempre era lo mismo, Edmund y yo éramos como dos mecheros a punto de encenderse. Maldita Thea, maldigo el día en que entró a esta casa, por su culpa perdí a mi hermano, aunque jamás lo aceptaría.
– ¡Basta! ¡Suficiente! Esto no es un enfremantamiento. Dios, ya no tienen dieciocho años, ya no son unos adolescentes. Estoy harta– gritó Leani.
Nos separó.– Tú – dijo señalandome a mi. – Vete a la cocina, ahora – ordenó. Si no la quisiera tanto, no le haría caso. Así que me fui a la cocina. Suspiré. Mi mano temblaba, nunca mos podremos llevar bien, nunca.
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SOLAMENTE MÍA.
RomanceRoke no era su verdadero nombre. Siempre fue especial, diferente, callada y casi nadie la notaba. Su vida pasaba sin pena, guardándose los momentos que la marcaron. Hace tres años había llegado a la mansión Baker, nadie sabía mucho de ella, por es...