Capítulo 3: Mi hogar es tu refugio

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Ida

Tuve que haber sabido de antemano que ayudar a aquel petulante ser humano me traería muchos problemas. Había ignorado todas las señales, socorriéndolo.

En cuanto llegara a casa, mi madre iba a asesinarme por mentirle descaradamente y no llamarla para avisarle sobre mi paradero. Sabía que iba a poner el grito en el cielo cuando me viera regresar a casa, a las 4 de la tarde del día siguiente, cuando la noche antes me había dado las buenas noches para dormir.

Eso si realmente llegaba a esa hora, porque teniendo a mi cargo a aquel problemático chico, mi vida estaba patas arriba. Luego de llegar a su supuesta casa, en uno de los barrios residenciales de Playa, nadie contestó a la puerta.

Nos lanzamos en aquel viaje, sin tener la certeza de que su madre estaría allí. La susodicha no contestaba el teléfono y al parecer Viktor no tenía otra familia en Cuba, además de ella. Sus abuelos maternos habían muerto en un accidente de tránsito hacía varios años.

Según él, había acompañado a su madre a Cuba para no dejarla sola. Pero ella, se había librado de él de la peor forma.

—¡No es posible que no esté!—Protestó infantil, golpeando nuevamente el portón. Tocó insistente el timbre pero nadie contestó.

—¿No hay nadie? ¿Ni siquiera un empleado, alguien que tenga las llaves de tu casa?—Viktor me miró con el rostro congestionado, negando con la cabeza.

—Los encargados de la limpieza vienen cada tres días, rellenan la nevera y se marchan... Ni siquiera los he visto cuando estaba en casa—Explicó con obviedad, casi como si se tratara de algo normal aquella soledad mortal. Suspiré mortificada.

«¡¿Cómo una madre podía dejar a su hijo sin paradero alguno?! ¡¿Cómo él no tenía una llave escondida en algún lugar en caso de emergencia?! ¡Alguien a quien llamar siquiera!»

Había gastado una cuantiosa cantidad de dinero de la que no disponía, para gustos banales como tomar un taxi, para llegar a su preciosa residencia. Viktor, se sentó en el contén de la acera derrotado. Sentí pena por él, por lo solo que estaba en el mundo, a pesar de tenerlo absolutamente todo.

—¿Por qué no llamas a tu papá?—Le pregunté, ofreciéndole la última alternativa para solucionar sus problemas. Viktor negó con la cabeza decidido.

—Tú no conoces a mi padre.

—No puede ser tan malo...—Afirmé encogiéndome de hombros—. Al menos no peor que el mío.

—Si le digo que he tenido un accidente, se montaría en el primer avión con su escolta personal y me obligaría a volver... Mi padre no acepta un no como respuesta—Viktor hizo una leve pausa y mordió su labio inferior pensativo—. No sabes cómo es la vida allá. ¡En ese maldito país!

—Cuba no es el paraíso que te imaginas...—Le comenté con ironía. Él me contempló sin entender—. No sabes nada de la vida real aquí.

—¿Qué haré ahora?—Me preguntó, buscando alguna solución a su monumental problema.

Había perdido sus documentos de identificación, las llaves para entrar a casa e increíblemente, sus tarjetas de crédito ilimitadas. Sin dudas, era el karma. No había otra explicación lógica a tantos aberrantes males. 

—Puedes quedarte conmigo—Le ofrecí como último recurso. Viktor arrugó su entrecejo y me miró de pies a cabeza con detenimiento.

Por la ropa y zapatos que calzaba, se veía exactamente mi clase social. Con algo de molestia, me levanté del contén. Sacudí mi descolorido vestido azul y comencé a caminar calle abajo sin esperar respuesta de su parte.

Un viaje con destino a La Habana (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora