Capítulo 16: La quiero, Angie

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Viktor

«Quiero que grites mi nombre cuando te corras salvajemente», su voz me despertó con estrépito de aquel erótico sueño. O más bien, fueron los fuertes golpes en la puerta.

-¡Viktor, despierta! ¡Vamos tarde a la reunión de esta mañana!-Gritó Vladimir, insistiendo en que le abriera.

Solté una ahogada maldición y miré mi matutina erección. ¡Otro sueño erótico donde Ida era la protagonista! Maldije por lo bajo, reprendiéndome por no haber puesto ninguna alarma para aquella mañana.

-¡Ya voy! En 5 minutos estoy listo...-Le comuniqué a mi secretario elevando la voz, a la vez saltaba de la cama y corría en dirección al baño.

-¡Te espero en el vestíbulo! ¡No te demores!-Vociferó a todo pulmón, exasperado.

Vladimir odiaba la impuntualidad. Sin embargo, la noche antes después de mi altercado con Ida, no había podido conciliar el sueño sino hasta bien entrada la madrugada.

El agua fría calmó mi fuego matutino. No podía saciar ni calmar aquel deseo. Solamente pensaba en nuestro ardiente beso. Ida se había resistido, pero sabía que su cuerpo todavía me añoraba, así como yo a ella.

Me arreglé en un tiempo récord, seleccionando un conjunto bastante casual perfecto para el calor y las altas temperaturas del día. Con atención, me miré al espejo antes de salir de la habitación, contemplando el reflejo de un hombre seguro de sí mismo.

Lo había decidido. No me importaba el pasado. Si Ida me daba una segunda oportunidad haría hasta lo impensable por mantenerla a mi lado. Por hacerla feliz.

Nunca antes me había enamorado de ninguna mujer. No de la forma tan apasionada como amaba a Ida. Porque era amor, del bueno. Mi padre, siempre me hablaba de cómo había conocido a mi madre.

Del flechazo que sintió cuando fijó sus ojos en ella. Lástima que Verónica fuera una mujer tan interesada y petulante, que sólo le interesaba el dinero. Su matrimonio fue un fiasco. Una mala inversión para ambos.

Por eso, deseaba que mi vida fuera diferente. Ahora entendía la importancia de un matrimonio basado en el cariño y en el entendimiento mutuos. No quería para mis hijos, una familia fallida.

Con Ida, todo se sentía perfecto. Me impulsaba a dar lo mejor de mí. A ser una buena persona.

En tiempo récord, me arreglé lo mejor posible y salí de la habitación con los informes de las nuevas obras. Leyéndolos por arriba, sin precisar en los costos. De eso me encargaría en el auto.

Froté mis ojos cansados y presioné el botón del elevador. Necesitaba un café bien cargado para funcionar el resto del día. Me encontré con Vladimir en el vestíbulo y lo saludé con una media sonrisa.

Mi mejor amigo levantó una ceja interrogante. Debía sospechar sobre mi visita nocturna a casa de Ida. De seguro me reprendía por ello.

Cuando íbamos, todavía sin desayunar, rumbo al parqueo el móvil de Vladimir sonó con insistencia. Éste leyó el mensaje que aparecía en la pantalla con rostro inmutable.

-¿Qué sucede?-Le pregunté, al verlo rascarse la barbilla.

-El secretario de tu padre me ha escrito informándome que Claudia ha pedido su renuncia-Aquella noticia fue como si me lanzaran un vaso de agua fría al rostro. ¡Había metido la pata monumentalmente, maldita sea!-. Le ha pedido unos días al señor Nikolai por cuestiones de salud. ¿Sabías que estaba enferma?

-No...-Murmuré preocupado.

Debía verla, hablar con ella y convencerla de mantener su puesto. Nuestros problemas personales no podían entorpecer su trabajo. Lo nuestro, separaba lo laboral de lo íntimo. Fuera de la oficina no era su jefe, más bien su amigo. O conocido, me daba igual como pudiera llamarme.

Un viaje con destino a La Habana (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora