Capítulo 6: La cara oculta de La Habana

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Viktor

Sin dudas, algo estaba mal en mi maldita cabeza. Tenía que haber sido producto a los fuertes golpes del asalto o simplemente, la bebida en exceso.

«¿Qué sabes tú de la pobreza, Viktor? ¡Yo a tu edad estaba al mando del negocio de mi padre! ¡Salvándolo de la bancarrota!», la voz de mi padre hizo eco en mi cabeza.

El recuerdo de sus gritos perforando mis oídos, me trajo de vuelta. ¿Por qué necesitaba hacerle ver a aquella mujer impertinente que yo era distinto? ¿Realmente lo era?

Caminé siguiendo los pasos de Ida, mientras ésta como parte de su guía turística, en honor al subdesarrollo de la Isla, me hablaba de los lugares más emblemáticos de La Habana. Habíamos recorrido bajo el tenue sol de la tarde, el llamado Paseo del Prado, un parque que dividía a una calzada en dos sendas paralelas.

Ida me había pedido infantilmente que le tomara una foto junto a una de las estatuas de bronce de feroces leones. Para luego, fotografiarme junto a ella haciendo horribles muecas. Intenté mostrarme serio, pero acabé entre risas cuando abruptamente comenzó a hacerme cosquillas.

Seguimos nuestro recorrido admirando la belleza de los hoteles que bordeaban el interminable Malecón. El hotel de igual nombre que el parque, se robó mi atención desde el primer momento. Me prometí pasar una temporada allí, cuando consiguiera mis malditas tarjetas de crédito de vuelta. Era majestuoso, cubierto totalmente de cristal.

Continuamos nuestro camino, bordeando el malecón habanero. Mi salvadora, caminaba por el interminable muro hablando sin parar de sus anécdotas juveniles. Me había contado como se conocieron sus padres, de cómo ella terminado con su anterior novio y de sus planes futuros.

También, me explicó la situación de la juventud cubana. De las carencias con las que vivía, los sueños perdidos y la necesidad de aspirar a un futuro mejor.

Pude comprender que era exactamente su pasión por la vida e incluso su amor por aquella ciudad, lo que me atraía de ella. Quizás, me había enamorado tontamente.

—¿Y tú?—Preguntó mientras bajaba del muro del Malecón y se sentaba a descansar. El sol se había puesto en el horizonte. Los colores del atardecer cubrían el hermoso cielo. Era el atardecer más bello que nunca había visto—. ¿Qué me puedes contar de ti?

—¿De mí?—Reflexioné cuando su pregunta me descoló por completo. Ida me invitó a sentarme a su lado, dando unas palmaditas en el crudo cemento. En silencio, contemplamos el atardecer y la vista frente al Morro de La Habana. El sol se iba perdiendo cada vez más en el horizonte. Minutos después, me atreví a contestarle—. Nunca nadie me había preguntado antes... Por mis sueños.

—¿No quieres heredar el negocio de tu padre, verdad?—Su pregunta, brutalmente honesta, me hizo darme cuenta de que no tenía claro un propósito claro en la vida—. Sin embargo, he visto la pasión que tienes por los negocios. ¡Te gusta tu carrera!

—¿Lo crees?—Indagué, rascando pensativo mi barbilla. La chica asintió enérgicamente con la cabeza.

—Si yo tuviera la oportunidad de arreglar las cosas con mi padre... Créeme que lo haría—Mi amiga hizo una pausa y me miró con los ojos de una niña abandonada.

Algo mágico sucedió entonces. Contemplé su rostro como si se tratara de una hermosa obra de arte creada por los mismísimos dioses. Estábamos cerca, nuestros cuerpos casi rozándose.

—¿Regresamos a casa-a?—Tartamudeé apartando su mirada de la mía, cortando abruptamente aquella conexión.

Lentalmente me incorporé y la ayudé a bajar del muro. Sostuve su mano más de lo permisible. Ella me miró algo confundida, por el extraño ambiente que se había instalado entre nosotros.

Un viaje con destino a La Habana (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora