Capítulo Once

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―¿Recuerdan algún lugar donde le hayan llevado para comer juntos mientras que eran familia? ―le preguntó él mientras que el hombre mayor miraba a Carlos de una manera en la que se decía que se estaba volviendo loco.
La mañana siguiente, él había ido a ver a los padres de Eleanor para averiguar un poco más. Pero no quería decirles que había una probabilidad de que ella estuviera viva hasta estar seguro.
―Había un sitio en el que estuvimos. Pero por lo que supimos un poco más tarde, Tristán vendió esa propiedad. ¿Ocurre algo hijo? ―dijo la madre de Eleanor. La cual sintió un vuelco en el corazón―. ¿Acaso piensas que nuestra niña está viva y que ese hombre la tiene?
―Puede ser que sí. Mas aun sabiendo el pasado que les unen.
―Si ese hombre tiene a mi niña, voy a matarlo ―dijo su padre.
―No tiene que hacer nada de eso. Para eso estoy yo. Para encargarme de meter a ese psicópata en la cárcel.
Hicieron una pequeña pausa.
―Creo recordar una casa que tenía a las afueras de la ciudad. Concretamente propiedad de su padre ―dijo la madre de Eleanor segura.
―¿Recuerda algún detalle o nombre de la propiedad?
La madre de Eleanor; una mujer seria con esas cosas, cerró los ojos y comenzó a recordar el lugar donde solían ir cuando Tristán y ella eran novios. Como también donde le llevaron por primera vez.
―Recuerdo una casa no muy grande en las afueras de la ciudad. Algo muy cómodo para vivir dos personas y alejado de cada ruido que pudiera haber en el ambiente. Una casita de campo muy bonita.
El jardín estaba muy bien cuidado y había un letrero que ponía; Proprietà Fiume Pigro...
―¡Rio Lento! ¿Por qué llamaría un hombre de esta calaña a una finca así?
―Sus padres solían veranear por ríos en calma. Creo que ellos le pusieron así hasta que Tristán heredase su terreno ―dijo nuevamente la madre de Eleanor.
―Suponemos que los Martinelli no se vinieron venir todo lo que hizo su hijo con nuestra hija durante su relación y con el pobre de Alejandro ―dijo el señor Mendoza sentándose en el pequeño sillón de terciopelo frente a Carlos―. Pero ningún padre se imagina que su hijo pasa de ser un ángel a un psicópata en cuestión de segundos.
Entonces, la madre de Eleanor se puso al lado de su marido y Carlos les dijo:
―Prometo encontrar esa propiedad por mi cuenta y si Eleanor está viva, prometo traerla de vuelta. Y cumpliré la promesa que le hice a ella cuando le pedí su mano en matrimonio.
―Si ella está viva, ten cuidado para que no le hagan nada. Lo único que queremos es que esta pesadilla que estábamos viviendo con respecto a su muerte se acabe ―dijo nuevamente la madre de Eleanor.
―Prometo que la cuidaré.
Después de ese pequeño silencio, Carlos se marchó nuevamente para su departamento. Allí podría descansar sabiendo que ya tenía un nombre por el cual comenzar a investigar a Tristán.

Él se había levantado temprano para hablar con su abogado para preparar sus nuevos planes para Eleanor.
Mientras que hablaba por teléfono, observó a Katrina. Quien permanecía atada aun tras negarse a continuar con darle su placer. La cual estaba cansada de tantos orgasmos.
Cuando Tristán terminó de hablar por teléfono, se acercó a su amante y le levantó la mirada diciendo:
―Te voy a soltar y te iras. Y también quiero que sepas lo que puede sucederte si me desobedeces nuevamente.
Él la soltó y casi ella no se sostenía. Pero la dejó un poco en el suelo hasta que recuperase el aliento.
―Ya entiendo por qué ella te odia ―le dijo Katrina―. Eres un monstruo Tristán.
Él no le dijo nada y se marchó mientras que sonó en su teléfono el tono del correo electrónico.
Tristán fue hasta su despacho e imprimió el documento que le había pedido a su abogado. Supo que, si ella firmaba, le tendría por fin en sus manos. Y sabia como debía de convencer a la mujer que tanto le volvió loco cuando fue su pareja sentimental.
Después fue darse una ducha y prepararse para el momento que tanto había esperado. Un momento que le haría más feliz que cuando se metía una raya de cocaína.

Ella paseaba por ese prado tan verde lleno de tulipanes rojos, blancos y naranjas que podía sentir la paz y el olor tan fresco. Era sentir el olor de las flores, lo que le hizo entender que ella era por fin libre.
Cuando ella caminó para poder encontrar algún lugar para sentarse, encontró al final del ese prado a esa persona que le hacía sonreír.
Eleanor llegó ante Carlos y le besó. Sabía que, si no era la vida real, tendría que aferrarse al sueño que estaba teniendo para no volver al infierno al cual le había inducido Tristán en los últimos días. Unos días en los que solo quería escapar para ser libre. Unos en los que no estuviera sufriendo tanto como ya lo estaba haciendo.
―Tengo ganas de que llegue esta noche para hacerte mía.
Ella bajó tímidamente la mirada y después, se percató que tenía un vestido en blanco.
En breve, volvió a mirar a Carlos a los ojos y se percató que él prado se había reducido a cenizas.
Eleanor se percató en breve, que a quien tenía ante sus ojos era al mismísimo Lucifer en persona.
Tristán apareció ante ella como si fuera el mejor devorador de hombres que había existido bajo la tierra. Como un vampiro que chupaba la sangre a su víctima sin compasión hasta su aliento final. Sin embargo, ella no podía escapar. Estaba entre ese cielo y ese infierno. Un purgatorio del cual necesitaba purificarse para alcanzar más la paz que no estaba teniendo en esos momentos.
Eleanor ―escuchó.
Sin embargo, la pesadilla continuaba en su cabeza. Era como si ella no pudiese despertar.
Eleanor ―volvió a escuchar.
Cuando cogió por fin aire en sus pulmones, abrió los ojos y vio que se encontraba en el mundo real. Donde no tardó en jadear y decirse que tenía que respirar.
―¿Estás bien? ―le preguntó Tristán mientras que se sentaba a su lado y le daba un vaso con agua.
Eleanor apartó enseguida el vaso que le estaba ofreciendo y comenzó a respirar tranquilamente. Donde se llevó sus manos a la cara para pensar un poco.
―¿Ocurre algo? ―volvió a preguntar él.
―No es nada. Solo una pesadilla.
Sin embargo, ella continuaba con la mano puesta en la cara.
―Sería una pesadilla un poco dura. ¿Con que estarías soñando Eleanor?
―Soñaba que eras un devorador de almas.
―¡Un vampiro! Pues no lo soy.
―Para mí lo eres. Me has quitado en poco tiempo, lo poco que tenía. Así que, ya no me queda nada.
―Te quedó yo. Al menos, en lo que este documento respecta.
Ella miró hacia arriba y vio que Tristán tenía un documento en la mano.
―¿Qué es eso Tristán? ―le preguntó ella curiosa.
―Es un documento que quiero que firmes.
―No voy a firmar nada hasta que me expliques que es.
―Es un documento que mi abogado llevará al registro civil.
Hizo una pequeña pausa.
―Te propongo un trato ―le dijo de nuevo―. Si firmas este documento como que nos queda unidos en matrimonio, te devolveré tu identidad.
―¡Qué! ¡No voy a hacer eso! Jamás me pienso atar a ti. Ya lo hice en más de una ocasión y no supe cómo actuar.
―En ese caso, tendré que obligarte a hacerlo.
―No sé cómo lo harás. No tengo identidad y ya has hecho todo para humillarme.
―Si que hay una solución para obligarte.
Él sacó su teléfono móvil del bolsillo y le enseñó unas imágenes a Eleanor. Donde Tristán le mostró la casa de sus padres.
―Dominic, a mi señal ―dijo él.
―¿Qué coño vas a hacer? ―preguntó.
―Ya sabes el precio que van a pagar ellos por tus actos Eleanor.
Tristán hizo una pequeña pausa.
―O firmas el papel o los mato. Lo juro por lo más sagrado que tengo. Y tenía cuando me lo arrebataste todo.
―¡Eres un cabrón!
―Y tú una niñata que necesita más que un escarmiento ―le respondió―. O firmas o ellos mueren. Y detrás de ellos, tu querido prometido.
Y en un hilo de súplica, se dijo a si misma que esto no se lo había comunicado nadie. Que esto no entraba en sus planes.
Tristán le entregó el documento, mientras que le seguía enseñando el teléfono con la imagen de sus padres. Sin embargo, ella continuó con su duda.
―Dominic, a mi señal.
―Si, señor.
―¡Espera! ―dijo ella rindiéndose―. Dame un bolígrafo.
Tristán sonrió y sacó de su bolsillo, el bolígrafo que tenía preparado para esa ocasión.
En breve, se lo entregó a ella y comenzó a firmar sin pensar en las consecuencias que vendrían detrás de esa firma.
Después, le entregó el documento a Tristán y este le dijo más sonriente que antes:
―Ves como no es tan difícil. Dominic, aborta. Todo está bajo control.
―¡Eres un hijo de puta y un cabrón!
―Lo seré nena. Pero ahora soy tu marido ante las leyes y no vas a poder escaparte de mí. Solo lo haría la muerte.
―Eso tiene fácil solución.
―Ya lo veremos.
―Te odio Tristán ―le dijo ella.
Él se acercó a Eleanor; dejando la carpeta a un lado y ella comenzó a moverse. Pero recordó la esposa que le hacía prisionera y no pudo hacer nada para apartar a Tristán.
De pronto, él ante ella; comenzó a tocarla y Eleanor a forcejear con su otra mano. Pero enseguida, Tristán se la sujetó y con la otra comenzó a recorrer lo que tanto le había gustado desde hace mucho tiempo y que ha querido volver a poseer. Su miembro. Y cuando llegó comenzó a tocarlo muy despacio.
―¡Suéltame!
―Querida esto también me pertenece ahora. Tanto tu como tu coñito son míos ahora.
Hizo una pequeña pausa y continuó tocando el clítoris de Eleanor con un poco más de rapidez.
Tras varios segundos, Tristán dejó de tocar su clítoris y se alejó un poco de ella.
En breve, él miró hacia Eleanor y le dijo:
―Ahora mismo tengo que resolver unos asuntos fuera de la ciudad hasta mañana. Te he quedado a cargo de Caleb. Estaré aquí para cuando venga el médico.
―¡Que te jodan!
―Más que voy a joderte yo en nuestra noche de bodas que no tendremos hoy, señora Martinelli.
―No me llames así. Siempre seré Mendoza.
―Lo que tu digas. Pero en este documento acabas de renunciar a tu apellido de soltera y tendrás el de tu esposo. Es decir, el mío.
―Te odio.
―Eso no lo dirás mañana cuando te haga mia y te haga gemir más que ya hice en el pasado. Que, por cierto, quiero que te pongas algo para provocarme. Algo sexy.
―No voy a ponerme nada de lo que ya no me haya puesto. Ya estoy avergonzada con está lencería que me has obligado a ponerme y paseando con tus hombres delante con ella.
―Harás lo que te diga. Para eso eres mi mujer ―le dijo él furioso―. Ya sabes que no puedes negarte.
Tristán hizo una pequeña pausa. En la cual, se percató que Eleanor mantuvo el silencio y bajó la mirada.
―Nos vemos mañana querida. No seas mala.
Tristán se marchó de la habitación y ella comenzó a forcejear para poder escapase. Quería morirse por lo que acababa de hacer para salvar la vida de sus padres. Ahora entendía el verdadero motivo por el cual ninguna mujer quería estar al lado de su ex. La respuesta ya la tenía delante. Era un psicópata que no tiene fin.

Un poco más tarde, la puerta de la habitación se abrió y Eleanor miró hacia arriba. Donde se percató que quien entraba era el hombre de confianza de Tristán. Caleb. Que entraba en silencio.
Ella se percató que tenía una bandeja en sus manos. Pero a su vez, se percató que cerraba la puerta.
Este se acercó a ella y le puso la bandeja delante. No supo que decirle al hombre de confianza de Tristán, pero solo mantuvo el silencio.
Caleb comenzó a darle de cenar a Eleanor y ella lo aceptó porque tenía un poco de hambre. Ya que, al parecer, Tristán no había mirado mucho por ella desde que la secuestró.
―Señora Martinelli, hágase caso del señor.
―¿Quién demonios eres tú para darme una orden?
―Soy el hombre de confianza del señor Martinelli. He visto lo que ha sufrido en el tiempo en que el señor Alonso la tenía secuestrada y no lo pasaba bien.
―Mira Caleb te llamabas verdad.
Él asintió.
―Lo primero que debes de hacer es darme de comer y lo segundo, no darme órdenes. Tú no eres nadie para dármelas. Solo el perrito faldero del hombre que me arruinó la vida hace muchos meses. ¿Acaso Tristán no te ha contado lo que ha hecho conmigo cuando éramos novios? Por lo que veo, estas muy mal informado de todo lo que nos ocurrió durante nuestra relación.
―Tengo constancia de ello señora Martinelli. Pero yo solo le estoy aconsejando. Nadie sale vivo si desafía al señor.
―¿Y dónde estabas tu cuando él me enterró viva? ¿Acaso hiciste algo para impedirlo o recordarle que estaba bajo tierra?
―Señora Martinelli, intenté de impedírselo. Se lo puedo prometer por mis hijas. Pero el señor no escucha. Solo a sus impulsos. No a su razón.
Entonces, ella sintió un vuelco en el corazón y no supo que decirle. Solo hubo silencio por su parte.
Entonces, Caleb bajó la mirada y no le dijo nada. Solo se limitó a darle un nuevo bocado. El cual, ella no tardó en dar.
Varios minutos después, Caleb se marchó. Dejando a Eleanor a solas.
Ella se relajó y pensó en muchas cosas. Tanto que se veía humillada en todo momento por lo que Tristán quería hacer de ella nuevamente. Que solo dependiera de él. Que fuera su aire con el cual respirar o su sostén para ponerse en pie. Algo que no volvería a permitir.
Eleanor se relajó aún más finalmente y cerró sus ojos. Pues sabía que eran en sus sueños donde se encontraba más segura que en la vida real. Donde no tardó en quedarse dormida profundamente.

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