Capítulo Doce

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Él acababa de aparcar en los pequeños aparcamientos de su trabajo. Algo que había deseado hacer durante todo el fin de semana.
Carlos entró en las oficinas de la policía nacional. Era el hijo del director que se encargaba de las oficinas de la nacional. Y como era su única descendencia, él se metió en el cuerpo. No tan solo para ayudar, si no, para detener a esas personas que eran muy parecidas a Tristán. Personas sin escrúpulos.
Él llegó a su oficina en pocos minutos. Pero antes, dio una pequeña orden a su equipo para reunirse en su despacho en diez minutos.
Él se sentó en breve y comenzó a mirar la foto que tenía junto a Eleanor sobre su escritorio.
Su equipo entró en el despacho y cerraron la puerta con llave.
Carlos se levantó de la silla y caminó hacia su derecha.
Después, enseñó la pizarra donde tenía toda su investigación. Por lo que, él respiró hondo y mirándolos, les dijo:
―Llevo un tiempo investigando la muerte de mi prometida y con el consentimiento de sus padres, pude sacar el ADN de la persona que iba en el coche. Ha resultado que ese cadáver no era su cuerpo.
―¿Quiere decir que su novia está viva?
―Así es. Y que Tristán Martinelli la tiene secuestrada.
―Llevábamos buscando a ese tipo muchos meses. Desde que se escapó de la cárcel.
―Lo que se me olvidó contaros que estuvo en el supuesto funeral de Eleanor ―les respondió él―. No supe cómo actuar por que en ese momento estaba desecho porque tenía delante el cuerpo de ella y no le di importancia. Sin embargo, fue verle entrar y acercarse a los padres de Eleanor, lo que me hizo sospechar que algo le había hecho a mi prometida.
―¿Y ahora que hacemos señor?
―Lo único que podemos hacer es comenzar a buscar por un lugar que se supone que vendió hace mucho tiempo ―dijo muy seguro―. Tengo el nombre de una finca que tenía en su propiedad. ¿Tenéis una lista de la gente que está de su lado?
―Así es, señor. Hemos investigado a cada hombre que tiene Martinelli junto a él. Y a nuestra desgracia, perdimos un hombre hará, así como mes y medio.
―Eso es justamente antes de que Tristán matase a Alonso. Garza, puedes empezar a buscar por el nombre de Fiume Pigro. Es su nombre original desde que los Martinelli crearon esa propiedad.
―Sí, señor Rivera.
―Álvaro, confió en ti.
Desde que Álvaro Garza estaba en el cuerpo de la policía nacional como informático profesional, todo lo que Carlos le pedía lo hacía. Se conocieron en un momento duro hace un poco más de cuatro años. Donde no tardó en buscarle un lugar en el cuerpo de especialidad informática.
―Y lo puede seguir haciendo señor Rivera.
―Pueden irse. ¡Ah Álvaro! No tardes mucho en darme esa información. Mi prometida está en peligro si es que ese tipo la tiene secuestrada.
―Si, señor.
Después, todos salieron del despacho de Carlos y esté volvió al escritorio.
Este se sentó en breve, y volvió a coger la foto de encima de su escritorio. Con la cual respiraba en paz y tranquilo.
Carlos comenzó a pensar. Solo esperaba que la mujer a la que amaba estuviera con vida. Porque, si no, hubiera fracasado por primera vez en algunos años en el cuerpo.

―Es aquí doctor Quevedo ―escuchó Eleanor, mientras que intentaba abrir los ojos.
Ella miró hacia sus manos sueltas por una vez y se las llevó las dos a la cara.
La puerta de la habitación se abrió y vio que aparecía Tristán junto a otro hombre. Un poco más mayor que ella.
Tras varios segundos, Tristán cerró la puerta y se puso frente a ella. Donde la miró más serio de la cuenta, diciéndole:
―Eleanor, este es el doctor Samuel Quevedo. El médico que te indujo en el coma para salvarte la vida.
―Mucho gusto doctor Quevedo.
―El gusto es mío señora Martinelli. Y ahora aprovecho para felicitarla por el matrimonio de ambos.
Pero ella no le dijo nada. Solo mantuvo el silencio.
El doctor Quevedo la estuvo revisando muy a fondo. Quería que no tuviera algún síntoma de las secuelas de lo que le había ocurrido. Donde no tardó en sacar sus cosas para un chequeo matutino.
En cambio, Tristán y Eleanor se miraron sin ningún odio. Solo con el silencio se decían las cosas que tenían que decirse mientras que el doctor la chequeaba.
Tras varios minutos, el doctor miró a Eleanor y le dijo con una bonita sonrisa:
―Todo está en orden señora Martinelli. Hemos logrado sanarle la pulmonía que casi la mata hace unos días. Me alegra saber que una persona como usted se aferra a vivir.
―Eso intento. Pero debo de darle las gracias doctor ―dijo ella.
―Ahora solo debe de cuidarse. Unos días más de reposo y podrá hacer sus actividades normales. No voy a recetarle nada.
―Muchas gracias doctor Quevedo ―dijo Tristán finalmente interrumpiéndoles.
Él fue hasta la puerta y llamó a Caleb para que fuera hasta la habitación.
―Acompaña al doctor Quevedo a la salida.
―Sí señor.
El doctor guardó las cosas en su maletín y después, Caleb le acompañó hasta la salida de la finca.
En breve, Tristán se acercó a la cama y ella se percató aún más despierta que él tenía un traje de chaqueta puesto.
―Como ahora estas mejor, vas a levantarte y vas a salir a pasear conmigo.
Entonces, ella recordó lo que le dijo Alejandro en sus sueños. Por lo que asintió.
Tristán fue al armario y cogió algo que le gustaba mucho.
Eleanor se levantó de la cama cuando él volvió a mirarle con esa ropa. Algo que le llamó la atención.
―¿Qué es eso? ―le preguntó ella.
―Es lencería de látex. Un corsé precisamente. Póntelo.
―Quieres que vaya medio desnuda por tu casa mientras que tus hombres me miran. ¡Estás loco!
―Algo así. Póntelo y obedéceme.
―No pienso hacerlo.
Tristán se acercó a ella y después, Eleanor cayó encima de la cama de nuevo.
―Ya sabes lo que te puede pasar si no me haces caso.
―Pues no pienso hacerlo.
Entonces, él la tumbó encima de la cama y se subió encima de ella. Donde ella comenzó a forcejear.
Tristán le agarró las muñecas por encima de su cabeza con una sola mano.
En breve, él llevó su mano libre por debajo de la lencería que tenía Eleanor puesta. Hasta que llegó a tocar su clítoris.
―No me toques.
―Ahora me perteneces nena. Tú y tu cuerpo son nuevamente para mí.
―No soy propiedad de nadie.
Entonces masajeó muy despacio el clítoris y ella continuó forcejeando. Hasta que le dio una patada a Tristán en sus partes más íntimas y este cayó encima de la cama quejándose de dolor.
Ella salió corriendo hasta la puerta y cuando la abrió para salir corriendo; se encontró a Caleb. Quien la empujó dentro de la habitación.
Tristán logró incorporarse con un poco de dolor y se acercó a ella. Donde en segundos, le pegó una bofetada por la patada que le había dado.
―Sabes lo que te va a pasar por hacer lo que me has hecho.
―Suéltame.
Entonces, Tristán se calmó un poco y pensó en la única manera que tenía para poseerla. Pero eso era algo que solamente se lo callaría para él.
―Ponte el traje que te di y cuando Caleb venga a buscarte, cenaremos juntos. Tengo algo que atender fuera de la finca. Si no te lo pones, atente a las consecuencias.
―¡Ya basta Tristán! Lograste que firmase un papel que no quería firmar. Porque me sigues haciendo daño.
―No es daño. Es el deseo que tengo por verte más humillada de lo que ya estas.
Ambos se miraron a los ojos y después, ella bajó un poco la mirada. Donde no supo que hacer o decir.
―Caleb, vayámonos. Dejemos a mi esposa pensar en si ponerse este traje divino.
―Si señor.
―Ya sabes lo que tienes que hacer y lo que te puede pasar si no me obedeces ―le dijo él nuevamente a ella.
Caleb soltó a Eleanor y ella fue hasta la ventana. De la cual se percató que estaba sellada por fuera. Fue cuando se maldijo.
Tristán terminó por marcharse. Cerrando la puerta de la habitación con llave.
Calen y él caminaron mientras que este respiraba hondo diciendo:
―Consígueme éxtasis. La necesito para esta noche.
―¿Para qué señor?
―No hagas preguntas. Tú solo obedece.
―De acuerdo señor.
Después, continuaron su trayecto para ir a atender unos asuntos fuera de la finca.
En cambio, Eleanor se puso el traje para no enfurecer a Tristán y después se volvió a tumbar encima de la cama. Intentando no pensar en el infierno que estaba viviendo.

Tú. Mi PasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora