2. Irreverencia

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El ardor que sentía Andrea en sus brazos le erizaba los vellos de la piel ya sudorosa por el tiempo que llevaba expuesta al sol, incluso se había comenzado a acostumbrar a la punzada en su frente. ¿Cuánto tiempo llevaba sosteniendo la cubeta llena de agua afuera del salón? Quizá quince o veinte minutos. Su único consuelo era que no estaba sola, la acompañaba Ignacio Zúñiga, el idiota que comenzó todo.

Si bien ella no era de las personas que se relacionaban con otras, no quería decir que cualquier situación le provocaba indiferencia total. Podían insultarla, pero agredirla jamás, mucho menos presenciar cómo se lo hacían a otros, porque en lugar de ignorar se sentía con la responsabilidad de protegerlos.

Ese día, al no llevar lonche, tuvo que comprar algo que le sustentara hasta el almuerzo y justamente cuando regresaba presenció la pequeña broma de Zúñiga contra un estudiante de primer semestre. Consistía en esquivar, teniendo los ojos vendados, las piedras lanzadas con una resortera. Si Andrea no hubiera escuchado los quejidos de su compañero probablemente habría considerado que se trataba de algún juego estúpido, no obstante, cada golpe los volvió más lamentables. Llena de cólera le lanzó el bote de yogurt, al que apenas le dio un sorbo. Manchó parte de su cabello, el cuello y espalda de su camisa. En un segundo todo se volvió un desastre. La discusión entre los dos no pasó desapercibida por los demás estudiantes que subían y bajaban del área de último año, así que no demoraron en llegar los prefectos, lo bueno fue que los dejaron a disposición de su asesor, quien no dudó en castigarlos.

Dentro del salón los observaba de vez en cuando el resto de sus compañeros. La clase de Historia Universal había empezado y otra falta en lo que iba del semestre se agregó a ambos expedientes; a este paso Andrea ni siquiera lograría la cantidad mínima para ser acreedora del certificado de terminación de estudios. Se maldijo a sí misma por dentro.

Qué manía la tuya, pensó. ¿Te costaba hacerte de la vista gorda? Mira nadamás en donde te metiste, pendeja.

Exasperada, trató de acomodar a una mejor posición la cubeta, sin embargo, el calambre en sus dedos fue tal que regó todo el contenido sobre sí misma. La manga larga se le ciñó al torso, dejando entre ver la camiseta blanca con algunas figuritas de colores pasteles dispersas, y el gris de la falda se oscureció. La mirada desvergonzada de Zúñiga le dio escalofrío.

—¡Vaya! —dijo, altivo—. Así sí dan ganas de pelear contigo.

Lo ignoró. Ya le había dedicado mucho de su tiempo. Sin ánimos de permanecer a su lado, Andrea se levantó y comenzó a caminar hacia las gradas, si algún prefecto la retenía pondría de excusa que iba a llenar la cubeta nuevamente.

Se resguardó en los baños. Dejó la cubeta sobre los lavabos, y recogió su cabello en un chongo mal hecho. Qué ganas tenía de romperle los dientes a Zúñiga, en especial porque cuando estuvo a punto de hacerlo la detuvieron. Ojalá se hubieran retrasado unos segundos más, pensó apretando las manos en puños.

Ese no fue el primer enfrentamiento que tuvieron, durante los tres años conviviendo tal vez se podrían contabilizar unas veinticinco veces. Ambos caracteres chocaban, ella silenciosa y fiel a sus convicciones, él un loco deseoso de atención sin medir las consecuencias. De cualquier modo, Andrea no estaba molesta del todo por lo ocurrido, sino por haber sucumbido a lo que ella misma se propuso no hacer: pelear.

Una vez que se recompuso, comenzó a desabrocharse la manga larga. No llevaba ropa extra, así que, por lo menos, debía torcerla para quitar el exceso de humedad. Se quedó a mitad del proceso cuando vio a Zúñiga atravesar la puerta.

—Pensé que te tragó la taza —bromeó sin mostrar un ápice de diversión en el rostro.

—¿Qué haces aquí? —Disimuló el temor de saberse vulnerable.

A veces es difícil respirar (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora