32. Confesión a medias

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Tres de la mañana, un veinticinco de diciembre, denuncias por doquier, cinco arrestados, cuatro puestos en los separos y uno metido en la sala de interrogatorios, y cuatro hombres en plena disputa dentro de las instalaciones. La vida no podía ser peor para la fiscal Laura Benavides. Vió dirigirse, como Juan en su casa, a dos de esos hombres, conocía al más viejo y se preguntó los motivos que lo llevaron allí, rumbo a la sala de interrogatorios, y ahora mismo observaba a los restantes en la sala de espera desde el marco del acceso a su área, una leve incomodidad se instaló en su garganta al ver al joven oficial Gutiérrez romperse. La noticia del asesinato de su hermano era bien sabido en toda la ciudad, tampoco ayudaba que su padre y él fueran bastante conocidos por su ineludible búsqueda de justicia.

De todos modos no importaba si en dado caso no lo fueran, estaría al tanto porque el fiscal que estaba a cargo de la investigación era un buen amigo suyo.

Quiso curiosear más, así que se acercó al oficial Gutiérrez y compañía, suponía que al no haber mucha diferencia de edad podría resultar menos incómodo su intromisión. El oficial ya se había secado las lágrimas y carraspeaba, supuso, para pretender que no había ocurrido nada. Se presentó y le extendió la mano a ambos hombres que la miraron con sorpresa y le devolvieron el gesto.

—Me sorprende que alguien como usted, oficial, haga un escándalo en un lugar donde ha venido como invitado —le dijo a Santiago—. ¿Qué lo trajo por aquí?

—Traje al muchacho que está dando su declaración en el cubículo seis, fiscal. —Bajó un poco la cabeza, apenado.

—¿Nombre?

—Ignacio Zúñiga Fernández.

Fernando observaba la escena. No quería ser maleducado al abandonarlos pero le afligía asegurarse de que a Ignacio no le hubiera pasado nada demasiado grave. Su nerviosismo llamó la atención de Laura.

—¿Y usted? ¿Señor...? —Alzó una ceja despeinada y le instó con un gesto de la mano a responder.

—Fernando Arteaga; médico general. Vine a buscar a mi cuñado.

—¿Y su cuñado es...? —Repitió el gesto.

—Ignacio Zúñiga Fernández.

Oh. Así que él era el "desaseado" que osó llevarse a la hija favorita del doctor Zúñiga. Por ahí supo que el hombre quería convertir a su hija en una prodigio de la medicina, volverla una especialista epidemióloga y hacerla llegar al puesto de directora general de epidemiología. Una simple ficha dentro de la política que nunca logró colocar ni usar.

Les dedicó una sonrisa cordial, misma que usaba en los juzgados. Con esa suave elevación de las comisuras de sus labios dejaba en claro que más valía no provocarla o iban a ver de lo que era capaz.

—Me resulta extraño que lo hayan traído aquí en lugar de la estación de policía. Allá también podía levantar la denuncia. —Sus ojos fueron de Santiago a Fernando en busca de una respuesta.

Ahora que lo mencionaba la fiscal, la curiosidad también surgió en Fernando que ladeó la cabeza y le dedicó una mirada inquisitiva a Santiago, aunque en el fondo tenía cierta sospecha de los motivos de su cuñado.

—El muchacho insistió venir aquí. —Cuadró los hombros en un intento por alejar la pesadez en ellos—. Desconozco sus motivos.

No era verdad. Sabía muy bien que yendo ahí a levantar una denuncia de maltrato por parte de uno de los trabajadores más importantes de Sacrilegio Zúñiga, Ignacio, implícitamente, dejaba en evidencia el poco control que tenía su padre sobre sus trabajadores o, incluso peor, sembraba la duda de si él estaba al tanto de todo y lo consentía, además de imposibilitar el retiro de la demanda. De haberlo hecho en la estación de policía el escándalo hubiera sido sofocado muy rápido por la inmensa simpatía que existía allí hacia el doctor, pero era diferente en el ministerio público.

A veces es difícil respirar (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora