18. Cobijo

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Pujó por el dolor que se encajó en cada uno de sus huesos, la sensación vibró desde el interior de sus entrañas y se extendió por su columna vertebral, afianzándose en sus costillas hasta desaparecer al llegar a sus rodillas. Tuvo el impulso de gritar, pero su voz se apagó antes de salir. Ella poco a poco se estaba apagando, su vitalidad se veía como una vela consumida que dejaba ver el fondo del recipiente en el que yacía. ¿Iba a morir? No, prometió vengarse de los malditos que la arrastraron a esa miserable situación. Una vez lograse su objetivo, la muerte dejaría de ser una opción y se volvería prioridad.

Los párpados le pesaban. Se repitió internamente lo importante que era abrir los ojos, lo importante que era permanecer firme ante un enfrentamiento, a no morir para que el recuerdo de su padre no se pierda con sus recuerdos. Sus pujidos fueron transmutando a quejidos lastimeros que despertaron a Fernando.

Al hombre no le importaba poner en riesgo su seguridad cuando de salvaguardar la salud de alguien más se tratase, por eso no le tembló la mano para llevarse a Andrea aun sabiendo la situación que esta atravesaba; claramente el guardia en turno no estuvo dispuesto a dejarlo marcharse así sin más, pero su sentido común le decía que esa muchacha necesitaba atención médica de urgencias porque los medicamentos, ya fuesen en crema o ampolla, que cargaba Fernando no eran suficientes. Al final lo dejó partir con una condición: desistir de levantar un acta administrativa por lo ocurrido esa noche.

El temblor en las extremidades de Andrea, debido al dolor, alarmó a Fernando que no dudó en llamar a voz en cuello a Coqui.

El médico volvió a la habitación con esa peculiar danza de sus pies mientras chiflaba el estribillo de Brother Louie, su animosidad era amada por unos y repudiada por otros, pero eso nunca le impidió disfrutar de los pequeños instantes en su día a día. Estaba enamorado de su profesión, si pudiese habitar en la clínica sería la persona más feliz en la faz de la tierra, no obstante, también era consciente de lo importante que era descansar y salvaguardar su salud, pues otras vidas dependía de él y, además, en casa lo esperaba una preciosa gatita de no más de tres meses que iluminaba el lúgubre rincón al que le costaba llamar hogar. Cruzó el umbral y encontró a su colega y amigo sosteniendo entre sus manos la de la paciente, en sus facciones destilaba un miedo que se enredaba con la frustración de la espera.

—Ya estoy aquí —anunció Coqui, y se acercó al lado contrario de la cama donde estaba sentado Fernando.

—Aplícaselo —ordenó Fernando con una voz apenas audible.

—¿Estás seguro? —le advirtió.

—Si no lo hacemos, morirá. Mírala. Apenas puede sorportar el dolor, demonios —chilló, desahuciado.

Había considerado todas las opciones posibles desde que Coqui le dijo que no existían registros médicos de Andrea, al no haber nada que les informe sobre sus alergias, entre otras posibles anomalías, cada paso era a ciegas y corrían el riesgo de acabar con su vida, además de meterse en problemas legales al no ser ninguno de los dos el tutor. Desde que llegó con ella a la clínica de la que era socio le estuvieron suministrando spray relajante, listos ante cualquier reacción desfavorable que no llegó, pero una vez comenzaba a pasar el efecto, los retortijones y quejidos volvían a inundar la habitación, a veces era tanto el dolor que se desmayaba a los pocos minutos. ¿Y cómo no? Tenía todas las costillas y un pómulo fracturado, e infinidad de hematomas intramusculares esparcidos por todo el tronco y extremidades inferiores y superiores, en menor medida en el rostro. Toda ella era un lastimero saco de carne y hueso magullado.

—Dale, échame toda la responsabilidad, Coqui, no importa —insistió al ver duda en los ojos de su amigo.

Volver a cagarla con esa niña desamparada lo haría repudiarse a sí mismo, no sólo como persona sino como profesionista. Todas sus acciones después de conocerla le han sabido simples, ridículas y poco productivas. A lo largo de su vida, desde que tiene uso de razón, se ha sentido orgulloso de lo mucho o poco que logró a mérito propio, las opiniones, constructivas o no, las moldeó de manera que le resultasen beneficiosas siempre y cuando tuvieran relación con sus objetivos a corto, mediano o largo plazo, lo demás poca importancia le dio. Era consciente de que nadie era monedita de oro para caer bien siempre, pero se fortaleció de aquellos que le desearon mal, les demostró que podía ser mucho mejor de lo que ya era. En cambio, con Andrea pasaba todo diferente, lo que con otros era suficiente con ella no tenía chiste, motivo por el cual aún no podía alejarse. Necesitaba demostrarse que también podía ser su trampolín para alcanzar la felicidad.

A veces es difícil respirar (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora