Verse envuelta entre los tentáculos de la criatura con el rostro de su papá la hizo levantarse empapada en sudor. La pesadilla se había repetido y la frase final dejó a Andrea azorada. Poco a poco los latidos estrepitosos de su corazón atosigándole los tímpanos se volvieron acompasados y le permitió seguir escuchando los gritos de júbilo de las reclusas en los comederos. Se les notaba divertidas y entusiastas.
Estiró las piernas a modo de hallar una posición cómoda y volver a conciliar el sueño, uno que de verdad le hiciera olvidarse un rato de su situación. Suaves gemidos, sin embargo, cobraron su atención. Al principio creyó se trataba de suspiros, de esos que anteceden el ronquido, pero mientras se volvía más consciente de su alrededor distinguió la diferencia. Se levantó y buscó el origen del ruido, pensó provenía de afuera hasta que vio la mano de Lupita aferrada a la cabecera de su cama. Tenía los párpados apretados y temblaba ligeramente, al tocarla notó la elevada temperatura, así mismo la desesperación en la forma en que retorcía su otra mano la sábana con la que yacía envuelta.
Un mal presentimiento le atenazó la garganta. Agitó el hombro de Lupita, captando su atención, le costó abrir los ojos y que estos se acostumbraran a la oscuridad.
—¿Tomó la medicina? —quiso saber Andrea.
Lupita enarcó las cejas.
—Creo que sí, mija. —Sonrió y al cabo de unos segundos frunció los labios—. Solo necesito dormir.
No, no la tomó.
Había notado que la mujer guardaba el frasco debajo de la cama, cerca de la pata. Como sus costillas le advirtieron no tomarse a la ligera su recuperación la tarde del día anterior, se arrodilló y tanteó, evitando encorvarse. Extrajo el frasco de paracetamol y obligó a Lupita a sentarse en la cama.
—Si no la toma, para nada podrá descansar —le advirtió—. ¿Dónde guarda la botella de agua?
—Se acabó. —Agitó la mano. Ya no quería sentir el regusto amargo de la pastilla en su boca—. Cuando amanezca, mija. Ve a dormir, no haré ruido, lo prometo.
—No es eso —repuso—. Iré por agua.
Dejó el frasco sobre su cama, detrás suyo se quedó Lupita llamándola con el rostro contrariado. Cada una con preocupaciones distintas.
El panorama abajo le hizo gracia. En la cancha de básquet estaba una rueda de mujeres bailando, meneaban las caderas con una sensualidad envidiable, mientras cantaban Arrempújala arremángala y en los comederos, quienes preferían fumar o alcoholizarse, pese a la restricción de ambos artículos; algunas de ellas ya dormían sobre la mesa y las que aún no, se entretenían platicando o tocándose por debajo de la mesa, iban de pequeños roces a apretones que culminaban en sonrisas pícaras. Buscó con la mirada a Esmeralda, pero no había rastro de su melena recogida en un chongo desenfadado con algunos mechones cayendo sobre su frente, cerca de sus pómulos y en su nuca, tampoco la blusa rosa fosforescente con escote pronunciado, apenas le cubría los senos, que se puso antes de irse.
Las celdas que anteceden la de ellas tenían las luces apagadas y las puertas cerradas, aunque tocara nadie le abriría y si abrían la tratarían con la punta del pie. En una de las tantas conversaciones de la tarde del día anterior, una mujer llamada Carolina hizo un comentario sobre lo descontroladas que se volvían las compañeras de su módulo en las noches y que por eso se encerraba no bien había terminado el último pase de lista, algo que en ese momento le hizo ruido. Pudo deberse al escándalo o a lo desolado que se veían los otros dos edificios.
Con el pecho compungido, Andrea bajó las escaleras, manteniendo la espalda recta como un palo de escoba. El dispensador de agua se hallaba en el edificio tres, donde las únicas celdas con las luces encendidas eran del segundo piso, si sucedía algo tendría chance de protegerse entre las mesas. Un segundo extra le serviría mucho tomando en cuenta su condición, pues el efecto de la inyección de la tarde comenzaba a desaparecer y en cada paso dado un pequeño punzón emergía del área abdominal y del cardenal en el pómulo. Al llegar notó que los vasos desechables puestos ayer en la tarde se habían agotado, ni por asomo encontró alguno tirado y en las mesas, a un costado de ahí, solo se apreciaban latas de cerveza y colillas de cigarro. pensó en enjuagar una de las latas y sonrió ante la idea, imaginar a Lupita con una cerveza en la mano, por alguna razón, le recordó el rostro sonriente de su papá. Tenía los ojos brillantes y tras acabarse cuatro cervezas la apretó contra su pecho, su corazón vibraba bajo la tela y era tan palpable que a Andrea le pareció irreal, pegó sus labios a la oreja de ella y le dijo con efusivo entusiasmo lo feliz que lo hacía tener una hija dulce y bien portada como ella.
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A veces es difícil respirar (borrador)
AcakAndrea es una estudiante de preparatoria de último año solitaria, impetuosa y leal a sí misma. Tras el ascenso de su papá en el trabajo y el cambio de escuela, promete mejorar su conducta y comenzar a socializar, pero parece que mientras más busca a...