14. Ser humano

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Tres días después de la petición de Gustavo, se encontró al pobre infeliz que cayó en las garras de aquellos que enfermaban al país. Marcos no demoró en avisar y a la hora vio aparecer a su exalumno en su Tsuru negro.

Encontraron el cuerpo en uno de los desagües de la ciudad, casi en la salida, rumbo a Jiquipilas. Tenía cinco impactos de bala: tres en la zona lumbar, uno directo al corazón y otro que le atravesó la garganta. Una muerte dolorosa, sí, pero menos que la de muchos otros que vivían en ese bajo mundo.

—¿Es él? —preguntó Gustavo ni bien había llegado ante el imponente hombre de traje y peinado pulcro.

—Lo es. En uno de sus bolsillos de pantalón encontraron su cartera. Los nombres coinciden.

—¿Causa de muerte?

—La misma de siempre, hijo, la misma de siempre —suspiró.

Llevaba una vida entera revisando casos como aquel, cada uno distinto pero perpetrado por los mismos de siempre. Existía una fina diferencia entre el trato que recibían los traidores dentro de esas organizaciones o aquellos que metían las narices en donde nadie los había llamado y los desafortunados que acontecían, sin querer, alguna situación comprometedora. Los primeros casi nunca regresaban y, si lo hacían, era en pedazos o desechos de adentro y afuera de tanta tortura; los segundos, al menos eran estrechados en los amorosos cuerpos de aquellos que esperaban y añoraban su regreso. El hombre que conducían al interior de la ambulancia lucía como un ciudadano común y corriente: calzado remendado y prendas exhibidas en los tianguis del mercado. Carecía de cualquier tipo de lujo.

Una profunda pena le aplastó el buen ánimo y dijo:

—Mi bella ciudad cada día está un paso más cerca de convertirse en un cementerio.

Contrario a la respuesta que le hubiese gustado obtener, su exalumno no tenía cabeza para otra cosa que no fuera la reacción tempestuosa de Andrea al enterarse de semejante desgracia.

—La autopsia no será necesaria, enviaré  a los Arreola por el cuerpo al SEMEFO y me encargaré de todas las diligencias.

—¿Quién es esa mujer? Y no te atrevas a jugarme la cabeza, quiero la verdad —exigió con el ceño fruncido.

Respirar le pareció una labor extremadamente difícil. Sólo Dios sabía las noches que pasó en vela mientras imaginaba el momento en que su deseo quedase expuesto ante aquellos a quienes amaba. Sus hijos. Su querido amigo Marcos. Sin embargo, en esos días su cabeza estaba rebosante de ella, de esa adolescente indefensa que pronto padecería el peor dolor en la existencia del ser humano. La entendía. Él, como muchos otros, habían perdido al primer amor o los primeros amores de su vida, con quienes aprendieron a amar y a reconocer el amor en su forma más primitiva, con matices espinosos y suaves, firmes y livianos, frívolos y constantes. Aun así, no era momento de quitarse la máscara de hierro a la que se aferró para conseguir todo aquello que ni imaginó.

—Se llama Andrea, tiene diecisiete años y me recuerda a mí, Marcos —mintió.

Forzó la calma en su rostro, pese a la vergüenza que lo asfixiaba. Su maestro asintió y suspiró, visiblemente decepcionado.

La ambulancia se alejó y los demás siguieron con su labor. Ellos, en cambio, permanecieron en silencio, uno tenso y lleno de palabras que no se atrevieron a pronunciar. El buen Marcos reconocía la mirada perdida en los encantos de una mujer, y su exalumno la ostentaba. Definitivamente se sentía decepcionado. Un hombre al que le dio todas las herramientas para crecer como profesional y, por medio de este, comenzó a construir su legado, prefería poner todo en riesgo causa de una niña. «¡¿Qué puta tenía en la cabeza?!», pensó.

A veces es difícil respirar (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora