Capítulo 4

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- Chicos, es aquí.

Una zona llena de vegetación muy variada rodeaba a los cinco jóvenes. Montones de flores diminutas de color violeta adornaban unos altos arbustos de hoja perenne que Adela acarició con sus manos, delicadamente. Apartó las ramas de dos árboles de hoja caduca cercanos y, de repente, los cuatro hermanos dejaron de verla.

- ¿Adela? - Preguntó Edmund, confundido, acercándose donde había desaparecido la castaña. Justo cuando se acercó al lugar, Peter, Susan y Lucy dejaron de verlo a él, porque también semblaba haberse esfumado.

- ¿Edmund? ¿Adela? ¡Basta ya de tonterías! ¿Dónde estáis? - Añadió Peter, que pensaba que le estaban tomando el pelo. El rubio y sus hermanas repitieron los pasos de su hermano y su nueva amiga y se adentraron a una especie de túnel con antorchas encendidas, que terminaba dejando ver una trampilla en el techo de éste. 

- ¡Por fin! Habéis tardado bastante. - Exclamó la castaña cuando los vio aparecer a su lado. - Me ha dado tiempo a escuchar historias sobre todos los compañeros de clase de Edmund y a escuchar una descripción sobre vuestro colegio. - Rio la joven Adela, junto al hermano de pelo oscuro y múltiples pecas.

- ¿Qué es este lugar? - Preguntó Lucy, acercándose a todas las paredes que estaban cubiertas de cuadros de acuarela, mirándolos con curiosidad. Había dibujos de barcos, flores, lugares y de algunas personas.

- Siempre vengo aquí a pintar. Esta casa de madera se la hizo mi abuelo a mi madre cuando era pequeña y ahora la uso yo. Quería enseñároslo.

- Me encanta, Adela. Es preciosa. - Respondió Susan, admirándola.

- ¿Este es tu abuelo con tu madre? - Preguntó Peter, con una creciente curiosidad. Adela le asintió, confirmando su sospecha. - ¿Y esta es tu madre de pequeña? 

Adela se acercó lentamente al cuadro que mostraba a una niña sonriente, de unos siete años, pelo castaño hasta la clavícula, pecas por las mejillas y nariz y profundos ojos marrones, que sujetaba una orquídea azul casi tan grande como su cara.

- No, esa soy yo. Mi abuelo también dibuja y pinta, bastante mejor que yo. Ese cuadro lo hizo con ayuda de mi abuela, cuando ella seguía viva. Nos lo pasábamos muy bien. - Respondió, sonriendo con nostalgia. - ¿Y qué hay de vosotros? ¿Qué hacéis cuando os aburrís?

Los cinco chicos se sentaron en el suelo, apoyados en una de las cuatro paredes de madera y hablaron durante horas, que se pasaron rápido a su percibir. Dialogaron sobre los amigos de cada uno, charlaron de la división de colegios por género de los hermanos Pevensie, de sus respectivos hogares y familias, de los deportes que les gustaba practicar a cada uno de los presentes, de anécdotas vergonzosas y de sus aspiraciones en la vida. 

- ¡Vamos a llegar tarde a cenar! ¡Arriba, Pevensies! Espero que corráis rápido. - Gritó Adela, con inesperada prisa. No quería que su abuelo se preocupase y saliese al jardín por ir a buscarlos a ellos. 

Los hermanos se levantaron rápidamente e iniciaron el camino de vuelta a la gran casa. Adela y Edmund iban los más rápidos, pero Lucy sorprendió a Adela con su agilidad, provocándole una sonrisa de orgullo. Peter y Susan iban más atrás, hablando entre ellos, pero a paso ligero.

- ¿Tú crees que a Edmund le gusta Adela? - Cuestionó Peter. - ¡Pero si solamente se conocen de hoy! Además, Edmund jamás ha demostrado interés en ninguna chica antes.

- Hasta ahora, Peter. Fíjate bien: no ha sido nada borde con ella, le ha preguntado cosas acerca de su vida y ha escuchado con atención cada una de sus respuestas. Yo creo que hasta se ha sonrojado un poco cuando Adela dijo que éramos todos muy guapos.

- No sé, Su. Yo espero que se comporte bien con ella, porque nos están tratando muy bien y hemos hecho una nueva amiga ideal. Tengo que serte sincero. Cuando la vimos por primera vez, creo que me gustó, pero eso ya se ha pasado. Es adorable y creo que seremos muy buenos amigos.

- Si tú lo dices... - Respondió la de ojos azul cielo, con claras dudas.

El legado de los Kirke - Edmund PevensieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora