Capítulo 9

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Avanzaron por el armario, agudizando todos sus sentidos. Estaban muy asustados, pero querían continuar con lo que estaban haciendo. El armario de madera de roble ya no tenía un final como esta mañana. Lucy no les había mentido.

- ¿No hace más frío? - Preguntó Adela, abrazándose a sí misma para tratar de darse algo de calor. Su pijama era de manga larga, pero la tela no era muy gruesa y se notaba más cada vez que daban un paso adelante. 

- Sí, hace bastante frío. Por suerte aquí hay abrigos. - Respondió él. Aún así, pasó uno de sus brazos por los hombros de Adela. - ¿Me estás pellizcando?

- No. Te iba a preguntar lo mismo, Edmund. - Dijo, algo más tranquila. Por ahora estaban bien y ya era más de lo que se había esperado. - Hay árboles, Pevensie. Árboles en un armario.

Volvieron a mirarse y sonrieron. Habían llegado al final del armario.

Una gran cantidad de nieve les rodeaba, mojándoles sus zapatillas. Hacía muchísimo frío, pero no tenían viento revolviéndoles el pelo, cosa que agradecieron. Una farola de color negro, también envuelta por la nieve, estaba en el centro del lugar. Había muchísimos árboles y una especie de casa pequeña.

- Lucy no mentía... - Dijeron, con gran asombro.

Adela empezó a temblar de frío y Edmund se acercó al armario, aún algo incrédulo, y escogió dos abrigos que les quedaban muy grandes, pero no había otra cosa mejor. Uno, el que parecía ser más calentito, se lo puso a Adela sobre los hombros y le sonrió. Adela le dio un beso en la mejilla, haciendo que el castaño se pusiera rojo, y ella le susurró un gracias, algo avergonzada. Había sido un gesto un poco impulsivo, o eso pensaba ella.

- Edmund, esto es precioso. Voy a entrar en la cueva a ver qué hay. Quédate vigilando, por favor, que, aunque este lugar sea así de bonito, no creo que debamos bajar la guardia. - Le pidió Adela. 

Sin esperar a que le respondiera, entró en la extraña casa.

Lo primero que vio fue las pequeñas lámparas que había por toda la estancia, que daban un ambiente cálido al sitio. Había también una alfombra de color rojo burdeos, estanterías de oscura madera con infinitos libros de toda clase, dos sillas con cojines y una pequeña mesa de la misma madera que la de las estanterías. Adela aventuró que era de ébano, pero no estaba segura al cien por cien.

Se adentró a la casa y empezó a pasearse para verla bien. Era bonita. Muy rara y algo sencilla, pero muy acogedora. Mientras pasaba por la alfombra, se tropezó y casi provocó que un cuadro que había apoyado en la mesa de al lado se rompiese. Por suerte, lo cogió antes de que se fuese al suelo. Era un retrato de un hombre de tez muy blanca, pelo rizado corto y barba no muy poblada.

- ¿Qué? - Preguntó Adela para sí al ver las orejas de aquel hombre, con asombro y estupefacción. No eran como las de una persona normal.

"Esto tengo que enseñárselo a Edmund", pensó. Entusiasmada por todo lo que estaba ocurriendo ese día. Dejó el cuadro en su sitio y salió corriendo de la casa de forma muy rápida y ágil. 

- ¿Edmund? ¿Ed? - Lo llamaba ella, cada vez más alto.

 Su amigo había desaparecido. 

El legado de los Kirke - Edmund PevensieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora