Capítulo 18

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- ¡No puede ser! ¿Acaso estáis chiflados, humanos? ¡Vosotros no podéis estar aquí! - Empezó a decir el animal, que era muy expresivo.

Las caras de Susan y Peter podrían haber sido portada de una película de terror y suspense. Tenían la boca abierta y los ojos como los platos favoritos de su madre.

- ¡Ha hablado! ¡Es un animal que habla! - Gritó Peter, flipando. Susan, en cambio, se había quedado sin palabras. 

- ¡Cállate, hijo de Adán! ¿No me has escuchado decir que no deberíais estar aquí? ¡Hay muchos espías que trabajan para la Bruja Blanca! ¿Quieres que os maten? - Preguntó el castor, incrédulo. Pensó que el rubio era algo tonto, así que empezó a caminar. 

Al ver que ninguno de los cinco chicos le seguían, dio media vuelta y frunció el ceño.

- ¿Qué hacéis ahí parados? ¡Hay que darse prisa! 

- Señor castor, ¿a dónde nos lleva? - Preguntó Adela, cautelosa. Tenía algo de miedo.

- A un lugar seguro, hija de Eva. Os hará mucha falta.

Una vez dicho esto, empezaron a caminar por una ruta muy peculiar. Unos quince minutos después, entraron en una zona que el castor consideró peligrosa. Los estaban siguiendo y ellos lo notaron. Conocieron a un zorro muy valiente que se encargó de protegerlos y distraer a varios de los más fuertes espías de la Bruja Blanca. A Adela le dio mucha pena dejarlo atrás cuando llegó la hora y le dio las gracias de todo corazón. 

Teóricamente, la Bruja Blanca reinaba Narnia. No era reina, solo se lo había autoproclamado, pero actuaba como si lo fuese y tenía muchísimos seguidores. Todos los que se rebelaron contra ella o dieron algún indicio de querer hacerlo acabaron muy mal, y el castor fue contando la situación por el camino.

- El zorro ha sido muy valiente. Espero que no le haya pasado nada grave... - Rezó el señor castor, que, aunque no lo admitiera, se llevaba bien con el zorro y le tenía mucho aprecio.

Por culpa de la tan grave situación, les enseñó una de las entradas a uno de los pasadizos subterráneos del reino, donde estarían más seguros. 

Adela iba la última de la fila, junto con Edmund.

- ¿Estás bien? - Preguntó el castaño. Notaba a Adela increíblemente callada.

Ella levantó la mirada para posarla en los ojos del castaño.

- Tengo miedo. - Respondió la joven Kirke, siendo sincera con ella misma y con su amigo. - No sé si me he precipitado al decir que teníamos que ayudarles, Ed. ¡El castor nos ha preguntado si queríamos que nos matasen y el pobre zorro ha arriesgado su vida por nosotros! ¡A saber si sigue vivo! No era mi intención meteros en esta... 

- Adela. - La cortó el Pevensie, poniendo su mano derecha en la cara de la chica, deteniendo sus pasos y mirando a la chica fijamente. - Estamos juntos en esto. Ayudaremos a los narnianos a recuperar su reino juntos, ya lo verás. Eres la chica más alucinante que conozco. No será nada para ti, Ela. 

La castaña lo miró profundamente a los ojos y acercó su cabeza a la de Edmund. Sus labios estaban muy cerca y sus respiraciones se mezclaban. Ella desprendía olor a vainilla y fresas y él olía a menta.

Sus labios se juntaron en un abrir y cerrar de ojos. Fue un beso cálido, dulce y cariñoso, pero también apasionado. Dejaron atrás el miedo y los nervios y se centraron en ellos mismos. En el aquí. En el ahora. En como sus corazones bombeaban sangre de forma acelerada. En como las manos de Adela jugaban con el pelo oscuro de Edmund y en como los brazos del chico enrollaban la cintura de la joven, con un cariño que nunca habían sentido por nadie.

- Dios mío... - Dijo Adela cuando sus labios se separaron. 

- Ha estado muy bien. - Comentó el castaño con una sonrisa traviesa, haciendo reír a la joven Kirke. 

- Eres tonto, Pevensie. - Bromeó Adela, roja como un tomate. 

 - Pero te encanto. - Dijo él, guiñando un ojo y dándole un beso en la mejilla. - Hay que ir yendo, que nos están dejando muy atrás, Ela.

El legado de los Kirke - Edmund PevensieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora