LA MANSIÓN MALFOY

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"37"

Draco estaba detenido frente a la puerta que separaba su mundo del de Lyra; cada segundo que pasaba se le clavaba como un hierro. Quería abrirla, deslizar la varita bajo la puerta y huir con ella para siempre, pero sus piernas traicionaban su intención: se movía de un lado a otro como un animal enjaulado, mordiendo el silencio con los dientes.

—Soy un cobarde —murmuró, limpiándose las lágrimas que le quemaban las mejillas con la parte interna de la mano, intentando ocultarlas en la oscuridad del corredor.

Por fin juntó valor y llevó la mano hacia la manija, pero la voz de su padre, fría y puntiaguda, lo hizo retroceder antes de tocar el pomo.

—¿Qué haces? ¿Quieres desobedecer al Señor Tenebroso? —la acusación del señor Malfoy cayó sobre él como una orden de muerte. La mano de Lucius le apretó el brazo con un agarre que olía a rotunda posesión—. No seas idiota, Draco; ¿por una niña tonta vas a tirar todo lo que te hemos dado?

La réplica salió de Draco como una flecha mal apuntada: la palabra novia le dolió al pronunciarla, pero no retrocedió. —No es cualquier niña: es mi novia, la hija de Lord Voldemort. —Se soltó del agarre con un esfuerzo que casi le costó la voz—. Deberías respetarla.

La sombra en el rostro de Lucius se hizo más dura. Se inclinó hacia su hijo, la respiración corta, y habló con la calma de quien sabe imponer destinos. —Pero es una malcriada, yo no deseo lo mismo para mi hijo. —El susurro era una sentencia—. Si ella destruye lo que el Señor Tenebroso ha construido durante años, la mataré yo mismo.

Un frío recorrió la espalda de Draco; el corredor pareció estrecharse, la luz del candelabro se volvió demasiado hiriente. Fue Colagusano quien, con un tono burocrático, rompió la tensión. —Señor Malfoy, la señora Lestrange los busca.

Ambos hombres se volvieron y caminaron hacia la sala, sus pasos resonando como un martillo que golpea un clavo en un ataúd. Draco se quedó un instante más, con la mano pegada al frío del pomo de la puerta, sintiendo en el pecho el nudo de una elección imposible —amar o pertenecer—, mientras el eco de sus propias lágrimas aún brillaba en su rostro.


Alice

Estábamos en camino a la mansión. Bellatrix se acercó y nos abrió la puerta. Ya dentro, Draco estaba parado frente a nosotros, asustado. Bellatrix lo presentó ante Harry.

—¿Y bien? —le dijo su tía.

—No puedo estar seguro —respondió Draco.

—Draco, míralo bien, hijo —el señor Malfoy se acercó a Draco para que lo observara mejor—. Si nosotros le entregamos a Potter al Señor Tenebroso, seremos perdonados. ¿Entiendes?

—No vamos a olvidar quién lo atrapó, ¿verdad, señor Malfoy? —aclaró el carroñero.

—¿Te atreves a hablarme así en mi propia casa? —la señora Malfoy se aproximó al señor para calmarlo.

—No seas tímido. Acércate —Draco se acercó a Harry; yo volteé a los lados viendo que mi hermana no estaba.

—¿Qué le pasó en la cara? —preguntó Draco.

—Sí, ¿qué le pasó? —también inquirió Bellatrix.

—Así estaba cuando lo agarramos.

—De seguro fue un embrujo punzante —ella se acercó—. ¿Fuiste tú, querida? En su varita veremos cuál fue su último encantamiento —se rió—. Te atrapé.

Bellatrix se detuvo al ver la espada de Gryffindor.

—¿Qué es eso? ¿De dónde la sacaste? —dijo, alarmada.

LAS HERMANAS BLACKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora