25 | Cuerda floja

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Capitulo veinticinco

Alex:

Vacío, eso es lo que siento.

He estado tratando de evitarlo e ignorarlo, pero no puedo, simplemente no puedo. Llega un punto en el que sabes que no hay retorno, dónde sabes que no volverás a ser el mismo; un punto en el que te supera todo y te preguntas cosas como: ¿Qué estoy haciendo?, por que no estoy haciendo nada, estoy desperdiciando mi vida.

Y me cansé, pero no puedo evitarlo, me despierto y solo quiero volver a dormir deseando no despertar jamás, trato a todo el mundo mal aunque no tenga la culpa.

Como a Lexi… Sé que está preocupada, quiere que confíe en ella y lo hago, pero no quiero hablar del tema.

Es un asunto muy delicado para mí donde hay días que ni siquiera puedo creerlo. Desearía volver a estar con ella, desearía que nunca se hubiera metido con esa manga de lunáticos y desearía haber evitado todo eso.

Pero ya pasó, ella tomó su decisión y yo debo seguir, debo mejorar mi actitud, no pensar en ella y concentrarme en mi futuro, salgo este año y no sé qué mierda haré.

¿Qué sigue?, ¿trabajar toda la vida hasta morir? No quiero eso, quiero hacer más, pero a la vez no, me siento en un pozo sin salida y lo único que veo es oscuridad.

Déjame decirte que agota, agota vivir con el estúpido nudo que te cierra la garganta, agota no sentir ganas de levantarte, agota ver como preocupas a la única persona que le interesas, agota sentirte solo cuando no lo estás, agota saber que no estás dando el cien porciento y la estás cagando.

Ella no se lo merece, merece que le recuerden constantemente un te amo, merece alegría y paz en su vida, y merece seguir sus sueños, y yo; no soy ni capaz de decir un simple te quiero.

Pero por suerte, aquello terminará esta noche

Alexa:

—No, jamás me hablaste de eso.

—Bueno, toma asiento querido, te contaré mis mejores y peores años.

Nos ubicamos en los sillones blanco nevados frente a la chimenea y me ofreció un trago que rechacé con cordialidad. Después de haber vomitado en aquel arbusto, no quería saber del alcohol.

Con ella, todo era agradable, la conversación fluía sola y no era necesario fingir nada, me entendía perfectamente; era como una madre. Silvi podía verse como una mujer seria y antipática, pero era todo lo contrario.

La alegría corría por sus venas, era muy creativa e ingeniosa y le encantaba hablar de temas rivales; también era muy fan de los gatos, tenía entendido que tenía dos, pero que descansaban en el segundo piso. No tenía ningún compromiso, ni novio, esposo o hijos. Nada más era ella.

—No vine de una familia pudiente— comenzó a relatar—, siempre fuí sola con mi hermana. Agradezco haber crecido en una familia llena de amor, sin embargo, cosas como la comida o un techo nos hicieron falta algunas veces. Tuve que trabajar desde los doce, fue decisión propia— aseguró—, tenía que ayudar a mis padres que sufrían una crisis económica.

«Había una señora que era modista y tenía su propio emprendimiento, trabajé con ella, desde ese momento, me enamoré de la moda. —comentó con un brillo especial en los ojos—. Me llevó a un mundo mágico, donde no existía la pobreza, no existía el hambre, únicamente existía yo creando mis atuendos. Ella aseguraba que tenía talento y que debía utilizarlo. Fue como mi segunda madre. —admitió con la vista perdida en algún punto —. Tiempo después, se fue de la ciudad, y me quedé varada. Tenía algo de dinero y me compré una máquina de coser. Recibía arreglos de la gente del barrio y con eso pude ayudar a mis padres. Aunque fuera en algo.

Alexa y AlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora