05 ✨ Crazy uncle

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El reloj despertador arreglado sonó a las seis de la mañana siguiente

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El reloj despertador arreglado sonó a las seis de la mañana siguiente.

Harry lo apagó rápidamente y despertó a su hermana, quien tardo al menos cinco minutos en despertar. Los mellizos se cambiaron, no tenían ningún inconveniente en cambiarse juntos pero Harry solía darse la vuelta cuando su hermana se cambiaba.

El plan de Harry era sencillo esperarían al cartero en la esquina de Privet Drive y recogerían las cartas para el número 4 antes de que su tío pudiera encontrarlas.

—¡AAAUUUGGG!

Harry saltó en el aire. Habían tropezado con algo grande y fofo que estaba en el felpudo… ¡Algo vivo!

Las luces se encendieron y, horrorizado, Alya se dió cuenta que habían tropezado con su tío.

Gritó a los mellizos durante media hora y luego les dijo que prepararan una taza de té.

Aquel día, tío Vernon no fue a trabajar. Se quedó en casa y tapió el buzón.

—¿Te das cuenta? —explicó a tía Petunia, con la boca llena de clavos—. Si no pueden entregarlas, tendrán que dejar de hacerlo.

—No estoy segura de que esto resulte, Vernon.

—Oh, la mente de esa gente funciona de manera extraña, Petunia, ellos no son como tú y yo —dijo tío Vernon, tratando de dar golpes a un clavo con el pedazo de pastel de fruta que tía Petunia le acababa de llevar.

El viernes, no menos de doce cartas llegaron para Harry y Alya. Como no las podían echar en el buzón, las habían pasado por debajo de la puerta, por entre las rendijas, y unas pocas por la ventanita del cuarto de baño de abajo.

Tío Vernon se quedó en casa otra vez. Después de quemar todas las cartas, salió con el martillo y los clavos para asegurar la puerta de atrás y la de delante, para que nadie pudiera salir.

Mientras trabajaba, tarareaba de puntillas entre los tulipanes y se sobresaltaba con cualquier ruido.

El sábado, las cosas comenzaron a descontrolarse.

Veinticuatro cartas para los mellizos entraron en la casa, escondidas entre dos docenas de huevos, que un muy desconcertado lechero entregó a tía Petunia, a través de la ventana del salón.

Mientras tío Vernon llamaba a la oficina de correos y a la lechería, tratando de encontrar a alguien para quejarse, tía Petunia trituraba las cartas en la picadora.

—¿Se puede saber quién tiene tanto interés en comunicarse contigo? —preguntaba Dudley a Harry, con asombro.

—No es algo que te importe —respondió Alya llevándose a su hermano.

La mañana del domingo, tío Vernon estaba sentado ante la mesa del desayuno, con aspecto de cansado y casi enfermo, pero feliz.

—No hay correo los domingos —les recordó alegremente, mientras ponía mermelada en su periódico—. Hoy no llegarán las malditas cartas…

SeptiternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora