09 ✨ Diagon Alley

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El ladrillo que había tocado se estremeció, se retorció y en el medio apareció un pequeño agujero, que se hizo cada vez más ancho

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El ladrillo que había tocado se estremeció, se retorció y en el medio apareció un pequeño agujero, que se hizo cada vez más ancho. Un segundo más tarde estaban contemplando un pasaje ñ abovedado lo bastante grande hasta para Hagrid, un paso que llevaba a una calle con adoquines, que serpenteaba hasta quedar fuera de la vista.

—Bienvenidos —dijo Hagrid— al callejón Diagon.

Sonrió ante el asombro de los mellizos.

Entraron en el pasaje. Alya miró rápidamente por encima de su hombro y vio que la pared volvía a cerrarse.

—Fascinante —murmuro para si misma.

El sol brillaba iluminando numerosos calderos, en la puerta de la tienda más
cercana. «Calderos - Todos los Tamaños - Latón, Cobre, Peltre, Plata - Automáticos - Plegables», decía un rótulo que colgaba sobre ellos.

—Sí, van a necesitar uno —dijo Hagrid— pero mejor que vayamos primero a conseguir el dinero.

Alya deseó tener ocho ojos más. Movía la cabeza en todas direcciones mientras iban calle arriba, tratando de mirar todo al mismo tiempo: las tiendas, las cosas que estaban fuera y la gente haciendo compras.

Una mujer regordeta negaba con la cabeza en la puerta de una droguería cuando ellos pasaron, diciendo: «Hígado de dragón a dieciséis sickles la onza, están locos…»

Un suave ulular llegaba de una tienda oscura que tenía un rótulo que decía: «Emporio de la Lechuza. Color pardo, castaño, gris y blanco.»

Varios chicos de la edad de Alya pegaban la nariz contra un escaparate lleno de escobas. «Mirad la nueva Nimbus 2000, la más veloz.»

Alya miró la escoba y no le encontró lo sorprendente, aunque no sabía su uso exacto.

Algunas tiendas vendían ropa; otras, telescopios y extraños instrumentos de plata que Alya nunca había visto.

Escaparates repletos de bazos de murciélagos y ojos de anguilas, tambaleantes montones de libros de encantamientos, plumas y rollos de pergamino, frascos con pociones, globos con mapas de la luna…

—Gringotts —dijo Hagrid.

Habían llegado a un edificio, blanco como la nieve, que se alzaba sobre las pequeñas tiendas. Delante de las puertas de bronce pulido, con un uniforme carmesí y dorado, había…

—Sí, eso es un duende —dijo Hagrid en voz baja, mientras subían por los escalones de piedra blanca.

El duende era una cabeza más bajo que Harry, Alya era por unos pocos centímetros más alta que el. Tenía un rostro moreno e inteligente, una barba puntiaguda y, Alya pudo notarlo, dedos y pies muy largos. Cuando entraron los saludó.

Dos duendes los hicieron pasar por las puertas plateadas y se encontraron en un amplio vestíbulo de mármol.

Un centenar de duendes estaban sentados en altos taburetes, detrás de un largo mostrador, escribiendo en grandes libros de cuentas, pesando monedas en balanzas de cobre y examinando piedras preciosas con lentes.

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