30 ✨ The burrow

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—Ahí está la carretera principal —escucho decir a George y lentamente abrió los ojos—

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—Ahí está la carretera principal —escucho decir a George y lentamente abrió los ojos—. Llegaremos dentro de diez minutos... Menos mal, porque se está haciendo de día.

Un tenue resplandor sonrosado aparecía en el horizonte, al este.

Fred dejó que el coche fuera perdiendo altura, y Alya vio a la escasa luz del amanecer el mosaico que formaban los campos y los grupos de árboles, para Alya era un paisaje hermoso.

—Vivimos un poco apartados del pueblo —explicó George—. En Ottery Saint Catchpole.

El coche volador descendía más y más. Entre los árboles destellaba ya el borde de un sol rojo y brillante.

—¡Aterrizamos! —exclamó Fred cuando, con una ligera sacudida, tomaron contacto con el suelo.

Aterrizaron junto a un garaje en ruinas en un pequeño corral, y los mellizos vieron por vez primera la casa de Ron.

Parecía como si en otro tiempo hubiera sido una gran pocilga de piedra, pero aquí y allá habían ido añadiendo tantas habitaciones que ahora la casa tenía varios pisos de altura y estaba tan torcida que parecía sostenerse en pie por arte de magia, y  sospechó que así era probablemente.

Cuatro o cinco chimeneas coronaban el tejado. Cerca de la entrada, clavado en el suelo, había un letrero torcido que decía «La Madriguera». En torno a la puerta principal había un revoltijo de botas de goma y un caldero muy oxidado. Varias gallinas gordas de color marrón picoteaban a sus anchas por el corral.

—No es gran cosa. —dijo Ron apenado.

—Es una maravilla —repuso Harry, contento, acordándose de Privet Drive.

A la pelinegra verdaderamente no le encantaba el lugar, pero tampoco le disgustaba. Era mejor que tener que soportar a tío Vernon por el resto de las vacaciones.

—Se ve muy acogedor, gracias por recibirnos.

Salieron del coche.

—Ahora tenemos que subir las escaleras sin hacer el menor ruido — advirtió Fred—, y esperar a que mamá nos llame para el desayuno. Entonces tú, Ron, bajarás las escaleras dando saltos y diciendo: «¡Mamá, mira quienes han llegado esta noche!» Ella se pondrá muy contenta, y nadie tendrá que saber que hemos cogido el coche.

—Bien —dijo Ron—. Vamos, Harry, yo duermo en el...

De repente, Ron se puso de un color verdoso muy feo y clavó los ojos en la casa. Los otros tres se dieron la vuelta.

La señora Weasley iba por el corral espantando a las gallinas, y para
tratarse de una mujer pequeña, rolliza y de rostro bondadoso, era sorprendente lo que podía parecerse a un tigre de enormes colmillos.

—¡Ah! —musitó Fred.

—¡Dios mío! —exclamó George.

La señora Weasley se paró delante de ellos, con las manos en las caderas,
y paseó la mirada de uno a otro. Llevaba un delantal estampado de cuyo bolsillo sobresalía una varita mágica.

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