17 ✨ flight lessons

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Las lecciones de vuelo comenzarían el jueves… y Gryffindor y Slytherin aprenderían juntos

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Las lecciones de vuelo comenzarían el jueves… y Gryffindor y Slytherin
aprenderían juntos.

Alya se encontraba sumamente nerviosa. Tanto que saco un libro de la biblioteca Quidditch a través de los tiempos e hizo algunas anotaciones que según ella le ayudarían.

—Volar no es algo que se aprenda solo leyendo —le dijo Cygnus —. Es más práctico.

Pero Alya no tenía miedo de fracasar, sabía bien que volar no era algo que se aprendiera rápidamente. No, a lo que ella realmente le temía era estar varios a varios metros de altura. Le tenía fobia a las alturas. Era algo que no se podía explicar, simplemente al estar en lugares altos sentía esa sensación de vertigo y que el suelo estaba demasiado alejado de ella.

Aquella tarde, a las tres y media, Alya, Cygnus, Theodore, Blaise y los otros Slytherins bajaron corriendo
los escalones delanteros, hacia el parque, para asistir a su primera clase de vuelo.

Era un día claro y ventoso. La hierba se agitaba bajo sus pies mientras marchaban por el terreno inclinado en dirección a un prado que estaba al otro lado del bosque prohibido, cuyos árboles se agitaban tenebrosamente en la distancia.

Los Gryffindors tardaron en llegar.

Entonces llegó la profesora, la señora Hooch. Era baja, de pelo canoso y ojos amarillos como los de un halcón.

—Bueno ¿qué estáis esperando? —bramó—. Cada uno al lado de una escoba. Vamos, rápido.

Alya miró su escoba. Era vieja y algunas de las ramitas de paja sobresalían formando ángulos extraños.

—Extended la mano derecha sobre la escoba —les indicó la señora Hooch— y decid «arriba».

—¡ARRIBA! —gritaron todos.

La escoba de Harry saltó de inmediato en sus manos, pero fue uno de los pocos que lo consiguió. Para su sorpresa la escoba de Alya no tardó mucho en saltar a sus manos.

Luego, la señora Hooch les enseñó cómo montarse en la escoba, sin deslizarse hasta la punta, y recorrió la fila, corrigiéndoles la forma de sujetarla.

—Ahora, cuando haga sonar mi silbato, dais una fuerte patada —dijo la señora Hooch—. Mantened las escobas firmes, elevaos un metro o dos y luego bajad inclinándoos suavemente. Preparados… tres… dos…

Pero Neville, nervioso y temeroso de quedarse en tierra, dio la patada antes de que sonara el silbato.

—¡Vuelve, muchacho! —gritó, pero Neville subía en línea recta, como el corcho de una botella… Cuatro metros… seis metros…

Alya le vio la cara pálida y asustada, mirando hacia el terreno que se alejaba, lo vio jadear, deslizarse hacia un lado de la escoba y…

BUM… Un ruido horrible y Neville quedó tirado en la hierba. Su escoba seguía subiendo, cada vez más alto, hasta que comenzó a torcer hacia el bosque prohibido y desapareció de la vista.

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