Capítulo 4: Auxilio

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La quietud del bosque era sobrecogedora en invierno, pero Elliot la prefería en comparación a la idea de tener que quedarse en un pueblo otra vez. No estaba seguro de cómo podría relacionarse de nuevo con otras personas siendo que su última interacción masiva había terminado en desgracia para él y para el resto del pueblo... Sin embargo, el necio de su familiar opinaba otra cosa.

Tendremos que llevarte al pueblo en algún momento, Elliot. No puedes solo negarte a vivir en sociedad por siempre.

Sí puedo —respondió, en voz baja y sin mirarlo a los ojos—. Debí pensar en vivir así incluso antes de que tú aparecieras... de todos modos nunca nadie me necesitó.

El demonio notaba el resentimiento en cada sílaba que salía de la boca contraria, pero era consciente del derecho que el brujo tenía para sentirse así. Sus motivos eran todo menos vacíos.

El pueblo si te necesitaba... Solo que no tenía idea de cuánto.

No intentes hacerme sentir mejor, porque no funciona —gruñó Elliot por lo bajo, tratando por todos los medios de que su voz no se quebrara—. ¿Acaso no los viste? Pasaron de detestar mi presencia a odiarme en serio... Me mandaron ejecutar sin pruebas contundentes y luego fueron a presenciar mi sentencia como si fuera un espectáculo ¡¿CÓMO MIERDA ESPERAS QUE QUIERA VOLVER A FORMAR PARTE DE ALGO?!

Aquella era la conversación más larga que ambos habían tenido desde el rescate y era la primera vez que Elliot expresaba abiertamente lo que sentía... Era obvio que no iban por buen camino en esa discusión.

Joel no se atrevió a decir nada porque no se sentía con derecho de hacerlo... Él lo había presenciado todo, tenía claro el trauma que el brujo cargaba consigo desde el incidente pero no le agradaba la idea de que Elliot se negara a recibir cualquier tipo de ayuda por lo acontecido. De forma irónica, se estaba descubriendo a sí mismo intentando defender a la raza humana con frases como "No todos son iguales" o "Algunos de ellos son buenos"; antes de conocer al brujo no tenía por qué pensar en ninguna característica positiva de los mortales y ahora, ante la desesperación contraria, intentaba cambiar esa perspectiva para al menos darle un poco de esperanza.

Elliot se dió cuenta. Descubrió la indecisión de hablar en las expresiones del incubo y, en cierto modo, aquello hizo que su explosión de rabia disminuyera.

Ven, por favor.

La dulzura de su voz tomó por sorpresa al mayor, que le obedeció al instante y se acercó.

Déjame ver tu espalda —pidió el brujo. Al notar la expresión dudosa del demonio, que parecía preguntar para qué quería verla, decidió continuar—. El enano de tu secuaz me reclamó; parece que cree que es mi culpa que te hayas expuesto a tantos daños... Quiero saber si de verdad es tan grave.

Ya sabes que Domi tiende a exagerar...

Sí, pero parecía molesto en serio. Quisiera comprobarlo con mis propios ojos.

¿Es una orden? —El demonio levantó una ceja mientras lo miraba con recelo, aunque en realidad intentaba zafarse de la petición.

No... A menos que te niegues a enseñarme por tu propia voluntad. —Se quedó con la mirada fija en el cuerpo ajeno—. Anda, muéstrame.

El incubo suspiró y se acomodó frente a Elliot, quien no le despegó la vista de encima hasta que se despojó de la capa, de la camisa y se volteó para mostrarle la espalda. La imagen no era agradable. A diferencia de una herida humana, que tendría que estar enrojecida y empezando a cicatrizar, las tres puñaladas que tenía Joel en la espalda tenían la apariencia de agujeros ennegrecidos, que goteaban un poco todavía y que estaban rodeados por marcas hinchadas de venas oscuras. A Elliot se le revolvió el estómago al pensar en que, quizás, el dolor que estaba experimentando el incubo era similar al que sobrellevaba él mismo.

Tu alma es mía: JuramentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora