Capítulo 8: A galope

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Creo que olvidé el recetario de mi madre.

No, lo metí en el baúl.

¿Estás seguro? Tampoco sé si traje mi cinturón, el de piel de cabra —insistió el brujo—. Ese es el único bueno que tenía, tal vez debamos volver para comprobar...

¿Te refieres a este? —Joel sacó de uno de sus bolsillos el cinturón que Elliot intentaba recuperar—. Es raro, juraría que lo metí dentro del baúl antes de irnos pero luego lo encontré afuera, colgado en un arbusto junto al arroyo...

El incubo se dió cuenta en el momento en que el brujo sacó a propósito las cosas para tener alguna excusa para regresar al sitio donde acamparon, pero no reclamó por ello, más bien tenía curiosidad de saber porque aceptó continuar y hasta ese momento (casi dos días después) elegía mencionar las cosas que olvidó. Elliot, por su parte, caminaba mirando al piso, dispuesto a evadir a toda costa la mirada del mayor.

... ¿Estás seguro de que quieres seguir avanzando? —Joel frenó sus pasos para mirarlo.

Sí, claro... ya llegamos hasta aquí ¿No? Solo queda seguir.

El tono de su voz decía lo contrario a sus palabras, pero no podía explicarse porqué le resultaba tan difícil apartarse tanto de aquél sitio. No tenía razón más allá de una profunda nostalgia sinsentido. Empero, las palabras que su familiar le dijo días atrás aun rondaban en su mente: el invierno pronto caería con aún mas intensidad sobre ellos y su vida se volvería más complicada de lo que ya era, teniendo que enfrentar todo sin fuego y sin un techo sobre sus cabezas.

Miró a sus espaldas; desde donde estaban aún veía la montaña frente a la que se instalaron antes y de hecho a esa distancias también alcanzaba a percibir el pequeño poblado al inicio de la pendiente, como una pequeña mancha que solo por las explicaciones de Joel supo que eran las casas.

Se preguntó si habría sido mejor idea instalarse ahí mismo como nuevos migrantes, pero dos cosas se lo impedían: en primer lugar, la mentira que Joel contó sobre ser un viajero con esposa y una familia (él no era mujer y tampoco un niño pequeño como para pasar por cualquiera de los dos). En segundo lugar, estaba la relativa "proximidad" de ese pueblo con Myr. Cualquiera que viajara por dos semanas podría pasar de un pueblo al otro y atarían cabos rápidamente: un brujo quemado escapó de Myr y ahora él, con cicatrices en manos y pies, estaba vagando en otra parte del reino. No... sería arriesgado quedarse.

Siguieron avanzando hasta que la montaña quedó muy atrás a sus espaldas y solo entonces el menor se detuvo a tomar aire, agotado. Era la primera vez que caminaba durante tanto tiempo y distancia desde que se había recuperado, pero le insistió a Joel para que lo dejara seguir a pie en lugar de avanzar volando, como lo hicieron antes. Ahora empezaba a dudar también de esa decisión.

Descansemos un poco ¿sí? —pidió, agitado—. Podemos buscar algo para comer, estar aquí unas horas y luego continuar antes de que se haga de noche.

Está bien, pero hay que tratar de no separarnos demasiado... Por cierto, quería proponerte algo.

Elliot se tensó y su rostro se tiñó de rosa ligeramente; no se había olvidado de los besos que compartió con el mayor en el anterior campamento y, de alguna forma, ahora su cerebro terminaba recordándoselos tan seguido que le causaba culpa, aunque no entendía por qué. Solo tenía claro que cada vez que su cerebro pensaba aunque fuera un poco en involucrarse físicamente con el incubo de nuevo, algo en su interior protestaba como si eso fuera imperdonable.

En ese punto, suponía que podía ser el trauma luego de lo que ocurrió en Myr o tal vez el miedo a exponerse íntimamente ahora que su cuerpo tenía múltiples cicatrices pero, por otra parte, algo en su consciencia le jugaba más en contra y aunque no estaba seguro, creía que también podría tratarse de miedo a la fuerza del mayor luego de haberlo visto masacrar a tantas personas el día de la ejecución.

Tu alma es mía: JuramentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora