Capítulo 11: El campesino y la bruja

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Tienes que estar loco —Joel hizo aquella afirmación mientras seguía a Elliot por el mercado del pueblo.

Luego de saber de su padre, el brujo se había llenado de motivación al punto en que empezó a hablar con otras personas para preguntar por Grendale: qué tan lejos estaba, como podía llegar y cómo hacer para acercarse de ahí a la frontera sur del bosque negro. De no ser porque lo vió con sus propios ojos, Joel jamás hubiera creído que lo vería hablando con otros tan pronto... aunque claro, no era el mismo Elliot de antes. Su voz era mucho más seria y cada que se acercaba a alguien, se dirigía a esa persona con una formalidad fría, casi desinteresada.

Tú no lo entiendes, es mi familia. Estuve solo por años y...

¿Y no crees que si siguieran vivos ellos te habrían buscado a ti? —interrumpió el mayor—. Todo el mundo al que le preguntaste te dijo lo mismo: estamos en invierno y los caminos de Grendale son muy riesgosos porque pasan cerca de laderas y son propensos a los derrumbes. Además, el pueblo es pequeño y casi aislado por lo cerca que está del bosque negro.

Pero tú puedes ayudarme a llegar —refutó Elliot.

Sí, pero llegar no es el asunto. No reconocí el nombre de ese lugar porque hace mucho que no estaba en el mundo humano —bajó la voz al decir eso último—, pero creo que ya sé dónde es. No es un sitio seguro para humanos.

El brujo lo observó atentamente y luego se aproximó hasta él, tomándolo del hombro para que se inclinara un poco.

Tal vez lo sea para humanos que tienen un familiar, como yo.

Joel sintió un escalofrío recorrerle la espalda. El menor tenía razón, quizás los humanos normales evitaban el bosque negro por las criaturas que vivían en él, por los peligros del camino y por la magia del lugar; Elliot, sin embargo, tenía a uno de los grandes príncipes del infierno como su sirviente ¿No debería eso asegurarle estar a salvo?

No... Quizás te pueda ayudar en el camino, pero no olvides nuestra situación. —El incubo tomó al contrario de la mano y lo arrastró hasta un callejón vacío, apartado de los puestos y la gente que deambulaba por ahí—. El invierno recién empezó, no podré mantenerte cálido y si necesito protegerte con algún hechizo probablemente rebote en tí... Mi magia está débil y mi cuerpo no ha sanado. Soy apenas una sombra de mi verdadero yo.

¿No alardeaste siempre ser un príncipe demonio, poderoso y sin rivales?

Sí lo soy —Joel intentó salvar un poco de su orgullo—, pero te recuerdo que estuve sellado y que llevo casi un mes sin comer nada.

Yo te dije que podías alimentarte de quien quisieras. Cualquier persona. Solo asegúrate de no dejar rastros.

Yo no quiero a cualquier persona, Elliot.

Sus ojos se clavaron en los ajenos, dudando sobre confesar los sentimientos que llevaba en el pecho; sin embargo, el deseo de hacerlo se disipó en cuanto se dio cuenta de que la mirada que el brujo le devolvía denotaba impaciencia y frustración, como si tratar aquél tema fuera algo que le molestara.

Ese no es mi problema, Joel... yo ya te di mi permiso para lo demás. Si no quieres aprovecharlo es tu asunto... pero yo que tú lo haría, necesitarás energía cuando nos vayamos a Grendale.

El incubo suspiró y bajó la mirada al suelo; quizás el menor se sentía presionado para alimentarlo y ahora, en comparación con sus primeras insinuaciones, decidió que debía dejar de insistir.

...Voy a conseguirte una capa y botas más gruesas —murmuró, dándose la vuelta para volver a la calle principal.

¡No, espera! —Elliot se sobresaltó, cambiando de actitud rápidamente para seguir al demonio—. No quiero que nos separemos...

Tu alma es mía: JuramentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora