Capítulo 2: Mentiroso

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Joel, bájame por favor.

El brujo, que viajaba en los brazos del incubo, empezó a incomodarse luego de casi media hora de viaje. Sentía los brazos entumecidos y las piernas comenzaban a hormiguearle por el dolor de la fricción constante, que era imposible de evitar debido a la velocidad con que el contrario giraba y se desplazaba por el bosque, esquivando árboles, rocas y arbustos.

Lo siento ¿puedes esperar solo dos minutos más? —inquirió, intentando mantener la preocupación a raya—.  Puedo sentir que Domi se detuvo más adelante, seguro encontró un lugar...

Es que me duele...

No necesitaron repetírselo, el mayor guardó las alas y levitó con gracia hasta que sus pies estuvieron en el suelo de nuevo.  Dió un rápido vistazo alrededor en busca de algún espacio de suelo medianamente despejado de nieve y, al no encontrarlo, terminó por apartarla él mismo con la cola y los pies para hacer un lugar para bajar a Elliot sin que sufriera por el contacto helado, aún envuelto en mantas.

Discúlpame —susurró conforme iba excavando entre las cobijas para poder revisar a su amo—, no me dí cuenta de que estaba moviéndome tan brusco.

Sus manos casi temblaban por la preocupación cuando por fin logró apartar todas las capas de tela para revisar las heridas del menor que, en efecto, estaban algo irritadas. No dejó de susurrar disculpas una vez tras otra mientras buscaba un puñado de nieve lo suficientemente limpio para ponerle aunque fuera un poco para aligerar el dolor. Elliot, por su parte, hacía un esfuerzo por controlar las muecas y sonidos de dolor que amenazaban con escapársele en cualquier instante; el alivio se reflejó en su rostro un momento después de sentir el frío de la nieve haciendo contacto con su piel lastimada.

Se siente mejor —suspiró—... Gracias.

Si dependiera de él, en ese mismo momento se habría puesto en pie para continuar con la caminata hasta alcanzar a Domi, ayudaría a preparar algo de comer, daría un paseo y luego se acomodaría para dormir plácidamente... No podía evitarlo. Cada hora del día terminaba descubriéndose a sí mismo reflexionando sobre todas las cosas que podría hacer si estuviera sano. Nunca antes pensó en valorar tanto el caminar o sujetar las cosas... Y ahora  esos pensamientos le estaban resultando una tortura.

¿Elliot? —Joel lo llamó por quien sabe qué vez, haciéndole levantar la mirada—... Te preguntaba si te parece que continuemos caminando a partir de aquí. Puedo oler a Dominik, así que seguro solo nos faltan uno o dos kilómetros para alcanzarlo.

¿Eh? ¡Ah, si! Si, está bien, supongo. —Intentó que su frustración no fuera tan evidente  y, de paso, tomó un pequeño puño de nieve entre sus manos para disminuir el ardor también en ellas—. Pero intenta no ir muy rápido, por favor...

El incubo asintió

Será a velocidad humana, entonces.

Volvió a enredar las mantas que cubrían al brujo, una por una, y luego lo levantó con el mismo cuidado de antes para empezar a caminar en la dirección que le indicaba su agudo sentido del olfato.

A este ritmo quizás nos lleve una hora, quizás menos... Veamos si Domi puede sobrevivir sin mí tanto tiempo.

Una sonrisita traviesa se delató en su rostro ante el comentario, queriendo revivir la costumbre que ambos tenían de bromear un poco sobre el vizconde para romper la tensión. Sin embargo, al observar al menor, ya no podía ver la chispa pícara que antes brillaba en sus ojos cuando maquinaba como seguir con la broma. Ya no parecía tener ganas de agregar comentarios ingeniosos o siquiera intensión de reírse de lo ya dicho por él.  El brujo que cargaba en sus manos en ese momento parecía ser una versión mucho más sombría del Elliot con el que llevaba viviendo casi cuatro meses.

Tu alma es mía: JuramentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora