IX. FIN DE TEMPORADA

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ㅤDOMINIC QUERIA MUCHO A LOS AMIGOS QUE HABIA HECHO EN HOGWARTS, pero no podía negar cuanto extrañaba a sus padres

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DOMINIC QUERIA MUCHO A LOS AMIGOS QUE HABIA HECHO EN HOGWARTS, pero no podía negar cuanto extrañaba a sus padres. Jamás había pasado tanto tiempo sin ellos, y era aun más fuerte esa sensación cuando tuve frente a sus ojos el enorme colegio de magia y hechicería. Un cumpleaños sin las tartas de mamá y los abrazos dulces de papá habían dejado un sabor agridulce en la pequeña Dominic, —aunque si se lo preguntaban, lo negaría por completo, especialmente lo de 'pequeña', se sentía bastante mayor— así que la mañana del dia de su ultima luna llena escondida en una habitación secreta en el despacho de Dumpledore estaba de buen humor, o lo que puede estar viendo el estado de la luna.

La mandíbula de Dominic se mantuvo apretada la mayor parte de la mañana, no paraba de tironear débilmente su cabello o de rascarse las manos, como un movimiento totalmente involuntario. Fue algo bastante extraño para Remus cuando lo noto, pero su propia inquietud y como la luna lo iba llamando poco a poco, cada vez con mayor intensidad, no lo dejo pensar demasiado tiempo en ello.

Marlene apretó la rodilla de Dom, evitando que siguiera moviéndose. La niña abrió los ojos, dándose cuenta de su tic.

—¿Qué te pasa? ¿Está todo bien?—preguntó susurrando en su oído la dulce rubia.

—Si, solo estoy nerviosa por irme de Hogwarts.

—¡Yo igual! No puedo esperar a cuando volvamos, ya seremos segundo año ¿Entiendes lo grande que suena eso?

—Si... suena increible— dijo Dominic riendo.

Cuando noto que su amiga ya no le prestaba atención volvió a centrarse en ella misma, miro el techo, viendo como la magia de el dejaba ver un fuerte sol iluminando todo; suspiro con fuerza, sintiendo un temor que conocía muy bien al imaginar como ese sol sería reemplazado.

(...)

Un Remus lleno de ansiedad partía camino a la casa que habían construido especialmente para él, la cual, con el tiempo, estaba empezando a ser apodada como algunos como "La casa de los Gritos" 

Un sabor amargo inundó su boca al verla frente a el; cada mes inventaba una excusa distinta para sus amigos, aunque algunas veces no notaban del todo su ausencia, así que podía escaparse con más facilidad. Realmente no había nada más en el mundo que odiara con tanta intensidad como lo era esa casa, o más bien, el recuerdo que le traía, como un aviso que no se acostumbre a la vida normal, un aviso que le decía cada mes en lo que se transformaba.

No recordaba nada; a las mañanas abría los ojos y sentía que cada celula y hueso de su cuerpo ardía en dolor. Pero nada más

Nunca había visto realmente como se veía, solo sabía la manera en la que de sus manos salían garras y pelo por doquier; esperaba nunca saber más. Le aterraba.

(...)

Dominic dijo entrecortadamente—Pastel de limón.

Al ver cómo la gárgola se movía hacia un lado, subió las escaleras en forma de caracol estrepitosamente, sin importarle llamar la atención; sabía que Dumbledore la esperaba, como cada mes.

Toco la puerta impacientemente y espero unos segundos, Albus Dumbledore, el respetado director de Hogwarts, abrió.

—Bienvenida, Sophia.

Dom asintió, intentando ser lo más educada posible y cuando el director se aparto a un lado, entró.

—¿Un caramelo de limón? Sabes cuanto los amo.—dijo Albus.

Su muy pequeña alumna negó lentamente; los primeros meses intentaba ser lo más respetuosa posible y responder a todo lo que decía, pero mientras más tiempo pasaba parecía existir más confianza, tomándose la libertad de decir lo menos posible. La incomodidad que sentía en su propio cuerpo no se permitía.

—Ya veo, vamos querida. Tus padres están muy felices de que la siguiente la pasaras en casa.

Dominic dio una débil sonrisa, y mientras Dumbledore la guiaba hacia una puerta detrás de una estanteria —que poca gente sabía que existía— estiró el cuello y miró por la ventana, observando como el sol se hundía en las montañas y cada vez daba menos luz; sabia que del otro lado el comienzo de la luna se podía empezar a ver.

Al entrar en la sala secreta ofreció sus pequeñas muñecas rápidamente a Dumbledore. Él, delicadamente, comenzó a poner unas esposas de metal, las cuales pertenecian a unas cadenas incrustadas en la pared de piedra. Dom agachó la mirada, evitando observar la pena y compasión en el rostro de aquel poderoso mago; a la pequeña Dominic no le agradaba para nada. Sintió como él desataba el pequeño nudo que había en su cabeza, aflojando la tela que tapaba uno de sus ojos;  y ella atrapó como pudo, aún atada, su parche, antes que cayera al suelo. Se lo dejo en las manos a Dumbledore y aún sin levantar la mirada, dijo:

—Muchas gracias.

—Tus padres están muy orgullosos de ti, y yo también lo estoy. Es un honor que seas mi alumna.

Ya sabiendo que la joven no respondería, salió de la habitación. Sus oídos, con los sentidos cada vez más agudizados, lograron oír como cerraba la puerta y varias trabas y candados eran puestos. Además de como Albus empujaba la estantería, ocultando nuevamente la puerta.

La respiración de la pequeña se comenzó a acelerar cuando la luz de la habitación se iba y la noche daba comienzo. Gruesas lágrimas cayeron de sus ojos y temblores que no podía controlar aparecieron; sus dedos empezaron a doler terriblemente cuando empezó a sentir el como las garras querían salir, remplazando sus cortas uñas.

En esos momentos, más que en cualquier otro, deseaba que su madre estuviera junto a ella. Era la única que realmente comprendía lo que estaba sintiendo y la maldición con la que cargaba.

Sabía que su madre se sentía culpable — y problamente lo sentiría toda su vida — de ser la causa por la que Dominic era lo que era cada luna llena. Un descuido por parte de el seguro del granero y casi devora a su bebé.

Lo último que recuerda de esa noche fue la sensación de sus huesos destrozandose y su pequeño cuerpo transformándose.

(...)

Abrió sus ojos y la luz de la mañana la cegó. Pestañeo varias veces, intentando acostumbrarse a la luz, tomo débilmente una manta que había en el suelo y se tapo con ella;  el sonido de la puerta siendo abierta la termino de despertar.

Dumbledore se paro frente a ella, y arrodilladose, le quito las esposas a Dominic, acaricio sus muñecas, casi con ternura, a la vez que le ataba el parche con cuidado.

—Vamos a desayunar, querida. Hay pastel de limón.

(...)

Después de un gran desayuno —bastante silencioso— junto a Dumpledore y una larga ducha parecía casi como si nada hubiera pasado. Se miro frente al espejo del baño, y, con cuidado, comenzó a desinfectar con un algodón las pequeñas heridas que cubrían sus piernas y brazos, las más grandes tapandolas con un trozo de gasa y cinta.

Todo estaba bien. Aunque la tristeza volvió a invadirla al darse cuenta que quedaba menos de una semana para dejar de ser primer año.



remus lupin, luna compartida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora