Henry - final

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Las cosas estaban jodidamente mal.

Muy, pero que muy mal.

Desde que mi padre se enteró de que estoy saliendo con Axel, mi vida ha sido un infierno. Mucho más de lo que era antes.

Él se volvió un puto loco. Volvía borracho de trabajar, me gritaba, me pegaba, amenazaba con internarme en un psiquiátrico...

Esos días apenas salí de casa, porque me dolía el jodido cuerpo debido a las palizas que me pegaba. Y tampoco me apetecía que mis amigos me vieran con los ojos rojos de tanto llorar. Se suponía que yo no lloraba, joder.

Pero lo peor de todo, llegó unos días después.

—Henry, tenemos que hablar.

Temblé un poco al escuchar la voz de mi padre.

Me di la vuelta para encararle y él cogió algo de aire para hablar.

—He decidido que voy a alejarte de todas estas tonterías, hijo.

Fruncí el ceño, sin saber a qué quería llegar.

—Te voy a llevar a un internado. En el norte.

Mi mundo se congeló en ese preciso momento.

—Qué? No, papá, por favor...

—Ni por favor ni nada, Henry. Allí te sacarán toda la mierda de la cabeza.

—No...— murmuré.

Esto no podía estar pasándome a mí.

No podía creerlo. No quería creerlo.

Mi estúpido padre me iba a joder la vida una ve más. Esta vez pero bien.

Me iba a separar de lo único bueno que tengo en la vida. De mis amigos. De esta ciudad. De Axel.

Pero no podía hacer nada. Cuando se le metía algo en la cabeza, era imposible sacárselo. Y más si mi madre no se atrevía a rebatirle y dejaba que hiciera lo que le plazca.

Recuerdo que lloré, pataleé, le rogué que por favor no me hiciera esto. Le dije que cambiaría, que rompería con Axel si así lo quería, pero que no me separara de él. Por supuesto que no funcionó.

Recuerdo como estuve tres horas seguidas abrazado a mi almohada, sin querer ver a nadie, ni siquiera a Leslie. Preguntándome qué habría hecho mal para tener un padre tan horrible.

¿Por qué tenía tan mala suerte? ¿Por qué me iba a tocar separarme de lo único bueno en mi vida? ¿Por qué mi madre no se molestaba en hacer nada?

Los siguientes días fueron aún peor.

Mi padre se aseguró de darme una bofetada cada vez que le mencionaba que no quería ir al internado, así que mucho no pude hacer. Solo lloraba y lloraba. Me sentaba en el suelo de mi habitación a llorar de la rabia. Me arañaba las piernas de la desesperación y ansiedad hasta hacerme sangre. Grité hasta quedarme sin voz. Mis ojos se sacaban tras pasar horas mirando al techo.

Había días que contaba con la compañía de mi hermana, pero otras veces, la terminaba echando y farfullaba que quería estar solo. Ella me dejó mi espacio, cosa que agradezco demasiado.

Me armé de valor para ver a toda la gente que iba a perder en el cumple-mes de Emma. Me planté una sonrisa de lo más falsa en la cara y volví a adoptar mi personaje con actitud pasivo-agresiva.

Obviamente ver a Axel se sintió como tocar el cielo, pero no fue lo mismo. Algo dentro de mí se removía cada vez que recordaba que dejaría de ver su cara todos los días, de besar sus labios y de recibir sus cálidas sonrisas.

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