Hoy era uno de esos días en los que la música llenaba cada rincón de la habitación, envolviéndome en su melancolía. El recuerdo de sus ojos y el aroma de su perfume eran las únicas constantes en mi mente, vagando sin descanso entre las notas de una melodía tristemente familiar.
Me he preguntado tantas veces si lo que sentía por él era correcto, y creo que aún lo hago. A pesar de mis esfuerzos por seguir adelante, basta con escuchar esta música de fondo para que mi corazón se acelere y su imagen resurja vívida en mi memoria.
Es en esos momentos que me doy cuenta de que soy un boulevard de sueños rotos, transitado por recuerdos que se niegan a desvanecerse. Cada acorde, cada susurro de la canción, aviva la nostalgia y la añoranza de lo que una vez fue y de lo que nunca será.
La música, fiel compañera de mi soledad, se convierte en el espejo de mis sentimientos, reflejando las sombras de un amor perdido y las huellas de un corazón que aún no ha sanado. Así, entre acordes y suspiros, me dejo llevar por la corriente de recuerdos que, aunque dolorosos, son también una parte ineludible de mi ser.