En la penumbra del viernes 10 de octubre, el destino conspiró para cruzar nuestros caminos una vez más en aquel bar cargado de secretos y susurros. Por un instante, creí que me seguías con la mirada, que tu presencia era como un eco en la noche que me llamaba hacia ti. Pero al observarte más de cerca, comprendí que estabas absorto en tu propio mundo, ajeno a mi existencia, como si fueras un espectro perdido entre las sombras.
Allí estabas tú, envuelto en una nube de misterio y seducción, con una chica en un brazo y una bebida en el otro, como un verdadero rebelde sin causa. Tu aura de chico malo irradiaba un magnetismo irresistible, atrayendo miradas curiosas y suspiros de envidia por igual.
Aunque sabía que no debía dejarme llevar por la tentación de tus encantos, no pude evitar sentir una atracción magnética hacia ti, como si estuviéramos destinados a encontrarnos una y otra vez en este juego eterno de encuentros y desencuentros.
Y así, entre el murmullo de la multitud y el tintineo de los vasos, nuestros destinos se entrelazaron una vez más, como las estrellas en el firmamento, brillando con la intensidad de mil soles en la noche eterna de nuestras almas errantes.