En el eco de las palabras no dichas y los susurros del viento, emergió la sombra de tu transformación, como un eclipse oscuro que oscureció tu ser. Tu hermano, en su sabiduría, te rogó que me dejaras en paz, que pusieras fin a tus ansias insaciables de obtener lo que deseabas: mi atención.
Sin embargo, tú persististe, como una mariposa obsesionada con la luz que se precipita hacia su perdición. Ignoraste las advertencias, los ruegos, las súplicas, y te lanzaste de cabeza al abismo de tu propia obsesión, como un naufragio inevitable en las aguas turbias del deseo.
Ahora, en la calma de la reflexión, veo con claridad la oscuridad que habitaba en tu corazón, la necesidad insaciable de ser el centro de atención, de obtener la aprobación y el reconocimiento que tanto anhelabas. Pero a qué precio, me pregunto, a qué precio estás dispuesto a pagar por la vanidad y la vanagloria, por el egoísmo y la arrogancia.
Tu hermano te advirtió, te suplicó, te rogó que te detuvieras antes de que fuera demasiado tarde. Pero tú, cegado por tu propio deseo, continuaste tu búsqueda implacable de satisfacción personal, sin importar las consecuencias, sin importar el daño que causaras en el camino.
Y ahora, mientras contemplo el paisaje desolado de lo que una vez fue nuestra relación, me pregunto si alguna vez encontrarás la redención que tanto anhelas. Si algún día abrirás los ojos a la verdad que siempre estuvo frente a ti, esperando ser descubierta en la oscuridad de tu propio corazón.