En la quietud de la noche, bajo el manto estrellado del cielo, te encontré observándome con ojos que parecían leer mi alma como un libro abierto. En aquel instante, en el que nuestros destinos se entrelazaron en el éter del universo, supe con certeza que tú serías mi perdición, mi destino y mi redención.
El brillo en tus ojos era como el resplandor de las estrellas, atrayéndome hacia ti con la fuerza magnética de un imán. En aquel momento fugaz, en el que el tiempo se detuvo y el mundo entero parecía desvanecerse en la oscuridad, comprendí que había caído bajo tu hechizo, rendido ante el poder irresistible de tu presencia.
Y ahora, en la calma de la reflexión, puedo ver con claridad cómo aquel encuentro fortuito desencadenó una cadena de acontecimientos que cambiarían el curso de nuestras vidas para siempre. Porque aunque sabía que tú serías mi perdición, no pude evitar sucumbir a la tentación de tu amor prohibido, de tu pasión desenfrenada, de tu promesa de éxtasis y tormento.
Así que sí, sabes, aquella noche que te encontré observándome, supe que tú serías mi perdición. Y aunque pueda lamentarlo en la quietud de la noche, sé que no cambiaría ni un solo instante de aquel encuentro mágico que nos unió en un abrazo eterno de amor y desesperación.