En el escenario de la vida, danzaba entre las sombras sin preocuparme por la mirada de los demás, entregada por completo al ritmo de la música que fluía en mi interior. Pero de repente, sentí un suave roce en mi cintura, un contacto inesperado que hizo que el mundo entero se detuviera por un instante. Era tu brazo, envuelto en una caricia sutil pero decidida, que me atrapaba en un torbellino de emociones.
En ese fugaz encuentro, deseé con todo mi ser girarme y encontrarme con tu mirada, perdida en el laberinto de tus ojos. Pero tú, astuto como el viento que se desliza entre los árboles, me negaste ese placer, manteniéndote en el anonimato, oculto tras el velo del misterio.
Sin embargo, sabía que no podías esconderte por mucho tiempo, que tu esencia única y embriagadora te delataría tarde o temprano. Y así fue, en el dulce aroma que se desprendía de tu piel, reconocí la firma invisible de tu presencia, el sello inconfundible de tu ser.
Ahora, en la calma de la reflexión, me doy cuenta de que no importa cuánto intentes ocultarte, siempre habrá algo en ti que te delatará, algo que revelará tu verdadera identidad al mundo. Y aunque en aquel momento me negaras el placer de ver tu rostro, sé que el destino nos volverá a reunir en algún lugar, en algún momento, donde podamos bailar juntos al ritmo de nuestras almas entrelazadas.