En la penumbra de la autocrítica, me pierdo entre las sombras de mis propios errores, sin comprender del todo el daño que puedo infligir. Si alguna vez fui la causa de tu sufrimiento, te ruego desde lo más profundo de mi ser que me perdones, que me concedas el don precioso de tu indulgencia. Lamento no haber sido la luz que iluminara tu camino, la fuerza que te sostuviera en los momentos de oscuridad.
Mis palabras, como flechas lanzadas al viento, han herido más de lo que jamás imaginé, dejando cicatrices indelebles en tu corazón. Y aunque intento encontrar consuelo en la promesa del perdón, el peso de mi propia imperfección me arrastra hacia la oscuridad de la autocompasión.
Ojalá pudiera retroceder en el tiempo, borrar cada error, cada palabra mal dicha, cada gesto malinterpretado. Pero sé que el pasado es un eco que resuena en la eternidad, una sombra que nos sigue a dondequiera que vayamos, recordándonos nuestros errores y nuestras debilidades.
Así que te suplico, desde el abismo de mi alma atribulada, que encuentres en tu corazón la fuerza para perdonarme, para liberarme del peso de mis propias faltas. Porque sólo en el perdón encontraremos la redención, la posibilidad de sanar las heridas del pasado y comenzar de nuevo en el camino hacia la luz.