En el recuerdo de las estaciones que se desvanecen, aún pervive la memoria de aquella nota que yacía en mi bolsillo, como un secreto guardado entre las sombras del olvido. Al principio, contemplé la idea de descartarla, de dejarla caer en el abismo del olvido como un suspiro perdido en el viento. Pero la curiosidad, esa eterna compañera del alma errante, se apoderó de mí y me instigó a desplegar aquel pedazo de papel y descubrir su contenido.
Y así, entre líneas escritas con tinta invisible, se reveló el inicio de un caos impredecible, un torbellino de emociones y destinos entrelazados que cambiarían el curso de nuestras vidas para siempre. En aquella nota, tus palabras resonaban como un eco distante en la noche, atrayéndome hacia ti con la fuerza magnética de un imán.
Ahora, en la quietud de la reflexión, veo con claridad cómo aquel pequeño acto de dejadez desató una cadena de acontecimientos que nos llevarían al borde del abismo, donde el amor y la locura se entrelazan en una danza frenética de pasión y desesperación. Porque a veces, en el caos de nuestras vidas, encontramos la verdadera esencia de nuestro ser, la chispa divina que nos impulsa a desafiar los límites del destino y a abrazar la incertidumbre del mañana con valentía y determinación.
Así que aunque aquel pequeño gesto haya desencadenado el caos en nuestras vidas, no puedo evitar sentir gratitud por la magia que surgió de aquel encuentro fortuito. Porque en medio del tumulto y la confusión, encontramos el amor en su forma más pura y desafiante, una fuerza imparable que nos llevó más allá de los límites de lo conocido y nos sumergió en un océano de pasión y redención.