Día 7 - Luz solar

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Si meses atrás le hubieran preguntado a Katsuki qué era lo más importante en su vida, hubiera dicho que su esposo e hija. Nunca creyó que agregaría dos más a la lista, se había dado a la idea de que nunca podría darle hijos biológicos a su dragón, que seguramente sólo serían ellos tres de por vida.

Una mañana soleada, incluso para ser finales de octubre, el huevo que habían concebido por un hechizo, comenzó a abrirse. Nunca fue de creer en la magia en términos medicinales, pero ahora tenía dos pequeños durmiendo en sus brazos.

-Katsuki -su esposo entró a la tienda, sorprendido.

-Están durmiendo- susurró el rubio.

-Qué…- se acercó a él admirando a los dos bebés, sonriendo de oreja a oreja -No puede ser.

Una niña y un niño, ambos rubios, con un par de alas negras, una cola enrollada en cada uno de los brazos del rubio y dos cuernos casi invisibles en su frente.

-Hola Ei- lo saludó lo más silencioso posible.

-Han nacido- se arrodilló a su lado, acariciando delicadamente la mejilla de cada infante. No podía dejar de sonreír, esa sonrisa de sol que Katsuki amaba y deseaba que los bebés heredaran - Han nacido.

-Salieron del huevo hace unas horas -ambos se acomodaron con sus pequeños- ¿A dónde fuiste? Te estuve buscando

-Cuando un dragón va a nacer, el padre sale a buscar comida-  contó restregando su cabeza en el cuello de su esposo, ronroneando - No sabía porque de repente debía cazar, ahora lo entiendo. Tendremos un festín para celebrar.

-Hmm ahora entiendo- rió, apoyando su cabeza en el hombro de su dragón, imitando sus movimientos- gracias, pero primero debemos ponerles un nombre.

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Dos años pasaron, Eijiro jugaba con ellos, les había enseñado a transformarse completamente, explicándole a Katsuki que un mitad dragón debía tener una conexión con su lado dracónico desde temprana edad, así no enfermarían por su propia temperatura y sus alas crecerían sanas.

Eran diminutos comparados con su padre, dos pequeños lagartos negros escondiéndose y mordiendo a un enorme dragón rojo que simplemente movía sus patas de vez en cuando. Hasta su hija humana jugaba con ellos, escalando a Eijiro, persiguiendo a sus hermanos, abrazándolos al atraparlos.

La luz del sol reflejado en las montañas, hacía la escena aún más bella, cálida. Seguía sin entender cómo tener tanta suerte, formar está pequeña familia con su amado, construir un hogar, vivir libremente. Les dedicó una sonrisa antes de unirse al juego.

Fin.

Mes Kiribaku 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora