Capítulo 10

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Por mucho que lo intentará, no me era posible conciliar el sueño. Aún por muy cansada que estuviera, los pensamientos por mí cabeza daban vueltas y vueltas. No, pensamientos no. Voces. Varias voces irrumpían en mí cabeza. Voces que ni siquiera a mí me pertenecían.
La voz de mí mamá se repetía como un antiguo recopilado en mí cabeza, un recopilado en el que solo se repetían palabras crueles, cargadas de mucho desprecio. Desprecio que sabía que era hacía mi o mis hermanos.

Era increíble como había sido capaz de grabarme en la cabeza cada palabra que salía de la boca de aquella mujer. Creía haber sido lo suficientemente indiferente ante sus palabras la mayor parte del tiempo. Ahora supe que nunca me dejó de importar. Dolía.

Todavía me duele.

Cuando el aire pareció no ser suficiente en la habitación, salí lo más silenciosa y rápido posible. No quería despertar a Mackenzie, quien parecía dormir como una bebé, solo iba a empeorar todo. Odiaba el gran contraste que había entre ambas. Y ni siquiera la podía culpar por ello, pero odiaba la capacidad que ella tenía para continuar con su vida como si nada de esta mierda hubiera sucedido.

Odiaba observarla y ver lo que tanto mamá amaba y admiraba de ella. Todo lo que jamás podré ser ni en mil años. Quizás ahora nuestro vínculo había mejorado a grandes rasgos, pues no teníamos otra alternativa, pero me dí cuenta que yo sentía el mismo remordimiento que Mason hacia ella.

Después de todo, habíamos vivido bajo su sombra por mucho tiempo.

Lo gracioso era que a Mackenzie ni siquiera le importaba mamá, por lo menos de verdad, pero el deber era más fuerte. El deber de ser el ejemplo, la más buena, la más inteligente, la más, la más, la más.

Tanto Max como Mason no sabían lo que yo sabía; que Mackenzie estaba embarazada, que ya tenía planes de escaparse desde hace mucho tiempo antes y que fue eso mismo que desató toda esta mierda.

Mackenzie era tan culpable como yo.

La diferencia entre ambas, es que ella podía vivir con la culpa. Mientras yo me consumía en ella.

Intenté mantener la calma ante la falta de aire. Estiré con violencia el cuello de tortuga de mí camiseta que llevaba como pijama, la cual había elegido especialmente para combatir el frío que se expandía por todo Hellsfield con fuerza, debido a la temporada y la cercanía con el mar.
Antes de que me diera cuenta, ya había rasgado la tela, luego vería de coserla. Después de todo solo era mí pijama, y si no tenía arreglo pues tendría una camiseta sin cuello y ya está.

En medio de la oscuridad, tomé asiento en el sillón de nuestra mini sala de estar y llevé mis manos hacía mi cabeza al borde de un ataque.

Mis manos temblaban, mí respiración agitada comenzaba a entrecortarse. Estaba perdiendo el control. Quería romper todo. Quería liberar todo aquello que reprimía desde adentro.

—Oh dios mio.—la voz de Max se escuchaba desde la lejanía, y ni eso fue suficiente motivo para intentar calmarme.—¡Mason está sucediendo de nuevo!— salió disparando en busca de Mason, abrumado por la escena que estaba presenciando otra vez.

—Enfócate en la respiración.— demandó la voz masculina, y sentí como mis brazos quedaban inmóviles ante su fuerte agarre.

—No...no puedo.—mi voz salía entrecortada, débil. Las lágrimas caían sin pedir permiso por mis mejillas, contrastando su frialdad con el ardor que invadía todo mi rostro.

—Evade los pensamientos que te atormentan. Concéntrate en las sensaciones, Rory.

—Mason...

—Puedes hacerlo.

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