¡Mantén la boca cerrada!

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Domingo: 04:57 a. m.

El sol comenzaba a salir, pintando el velo oscuro que cubría la ciudad con un azul suave. Azul que señalaba el inicio de la jornada laboral para algunos y el fin para otros.

La noche, donde descansaban todos los ciudadanos de Musutafu, incluidos los reporteros.

A Aizawa nunca le había gustado la prensa, mucho menos ser acosado y bombardeado con innumerables preguntas estúpidas y personales por lo que eligió tomar medidas durante la noche oscura donde el crimen solía prevalecer y los periodistas descansaban.

Como de costumbre, el adulto se quitó sus características gafas amarillas, los guardó cuidadosamente bajo los pliegues de su bufanda y puso rumbo a casa.

El evento del día anterior, cuando las puertas de la U.A habían sido reducidas a polvo fino lo había irritado bastante. Alguien había instigado la destrucción, ya fuese como un accidente o peor aún, una declaración de guerra, cosa que causó que la escuela estuviese inquieta y a él le diesen más trabajo.

Aquello causó confusión entre los estudiantes y les hizo entrar en pánico. Estuvieron cerca de provocar una estampida en la cafetería, pero uno de los alumnos de su clase logró calmar a los jóvenes. Shota jamás lo admitiría, pero se había sentido orgulloso.

Que hablando de alumnos, había uno en concreto que no conseguía sacarse de la cabeza.

—¡Oh, venga ya viejo!— Una voz perteneciente a un hombre joven resonó por la calle—. ¿No puedes bajar un poco el precio?

Gojo Satoru.

A decir verdad, no podía importarle menos la vida personal de sus compañeros de trabajo y mucho la de sus estudiantes. Pero había algo en Gojo que atraía tu curiosidad.

En lugar de ir a su casa, Aizawa se encontró siguiendo a su estudiante de pelo blanco entre aquel barullo de amas de casa y comerciantes.

'Acechar' le parecía una palabra demasiado fuerte. Era mejor usar la palabra, 'seguir'. Aquella situación era algo muy poco propio de él, pero Gojo era el tipo de persona que te obligaba a hacer cosas de las que no sabías que eras capaz. Y Aizawa no fue la excepción.

El chico, el cual cargaba varias bolsas de la compra, parecía estar regateando con un anciano que vendía carne.

—¡No puedo hacer eso! ¡Si le redujera el precio a cada persona de la ciudad terminaría en bancarrota!— El hombre negó con vehemencia.

—Aishhh—Gojo gruñó—. Pero soy un niño miserable, ¿no? Vamos, baja el precio.

—No puedo— El tipo resopló. Se cruzó de brazos y se dio la vuelta, dejando clara su decisión.

—Muy bien, entonces. No volveré a comprar nada más aquí— dijo Gojo con un toque de evidente presunción en su tono, cosa que divirtió a Aizawa—. Iré a donde Sako, ese tío vende las cosas mucho más baratas.

—¿¡A dónde Sako!?—el comerciante se dio la vuelta y llamó a Gojo, el cual ya se estaba alejando—. ¡Espera, joven!

Seguramente el dueño de la carnicería y Sako fuesen rivales comerciales

—¿Qué?—Satoru le miró.

—Te lo dejaré a cuatrocientos yenes con una condición.

—¿Qué condición?—preguntó el albino con una sonrisa en su rostro.

—Comprarás aquí en el futuro, y no en donde Sako—dijo el anciano.

—Que sean trescientos yenes y trato hecho.

El día a día de Gojo en un mundo extraño.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora