El encargo de la rusa

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Revy había perdido la noción del tiempo. Cuando sentía la curiosidad de saberlo, echaba un ojo al cuadernito en el que Rock hacía sus apuntes diarios. Esa madrugada había sido intensa por numerosos motivos. Llevaban exactamente una semana subidos a una embarcación que no era la de su compañía... era un yate y lo había cedido aquella zorra rusa, Balalaika, con el fin de investigar la edificación costera que se había construido tan deprisa. Nada podía ocurrir sin el radar de la rusa, y de hecho, la parte baja del yate tenía una sorpresa escondida: un sumergible que podía detectar otros como él a varias millas de distancia. Revy, Rock, Dutch y Benny habían hecho varios viajes en esos siete días y habían tratado de peinar en la medida de lo posible el mar abierto, pero era ardua tarea, y lo máximo que consiguieron fue detallar las características de los otros sumergibles, motivo por el que tuvieron que alejarse deprisa para no llamar la atención. Balalaika les comunicó que trajeran consigo toda la información que pudieran.

Dutch había hecho un par de excursiones más arriesgadas con bomba de oxígeno y sacó fotografías sobre una curiosa arquitectura submarina, a dos kilómetros de la edificación. Sabía que había información que su jefa les ocultaba, y que se arriesgaban metiendo las narices allí. Pero a Dutch tanto le daba y a Revy también... pero Revy estaba extraña. Y Rock tampoco hablaba mucho. Dutch había sido testigo de sus discusiones desde el primer día, pero la noche anterior, sin embargo...


Popa del yate


Bajo el amparo de una sombrilla, Revy apartaba el plato que se acababa de zampar y se encendía su cigarrillo. Miró a Rock de reojo, que había madrugado y comido el primero: se limitaba a echar la mirada al mar que dejaban atrás a gran velocidad. Ya habían recabado los suficientes datos para que Balalaika se sintiera satisfecha. Rock se humedeció los labios y también alargó la mano hasta su pitillera. Mientras se prendía el cigarro, observó a Revy y sus miradas chocaron. La mujer hizo un ademán de quitarle importancia y dio la primera calada. Él sonrió.

—Estás muy callada —comentó, y acercó un par de dedos al hombro femenino. La acarició sutilmente. Revy bajó veloz la mirada a su caricia y trató de destensarse. No había motivos para estar extraña, pero se sentía así. Al devolverle la mirada a su compañero, este la volvió a pillar y ambos curvaron una tímida sonrisa. Se habían acostado por primera vez la noche anterior. El resto de la banda probablemente lo sabrían, los golpes rítmicos de piel que habían sido imposibles de disimular cuando estaban dándose rienda suelta... hablaron por sí solos. ¿Y ahora?, se preguntaba ella. ¿Cómo se supone que tengo que actuar ahora con él? Yo que creía que todos los hombres me daban asco...

Rock no se hacía demasiadas preguntas, su mente podía ser algo caótica, pero desde luego no era el caos que gobernaba la cabeza de Revy día sí y día también

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Rock no se hacía demasiadas preguntas, su mente podía ser algo caótica, pero desde luego no era el caos que gobernaba la cabeza de Revy día sí y día también. El feeling que tenía con ella era algo que se había obligado a pasar por alto bastantes meses.

El ángel de la corrupciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora