Cazador cazado

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—¡¡Eda!!

La rubia balbuceó girándose en la cama, más dormida que despierta.

—Dios mío, Eda, ¡me he quedado dormido! —la tocó del muslo, moviéndola—. Vamos, ¡despierta! Lo siento pero vas a tener que llevarme al aeropuerto...

Eda soltó una risita acomodándose en la cama sin abrir los ojos.

—Llama a un taxista.

—¡No me puedo permitir ni 5 minutos! Este piso no es un hotel, Eda, tardará en llegar... joder —se maldijo por su torpeza mientras terminaba de atarse las zapatillas.

—Pues me parece que vas a llegar tarde.

¿Tarde? El siguiente avión no es una opción. Serán más de dos horas de retraso, pensaba el chico agitado. Terminó de arreglarse y se volvió a inclinar a ella.

—Por favor... te necesito.

—Aw —ladeó una sonrisa, estirándose en la cama—. Yo también te necesito. Ve y hazme el desayuno.

—Eda... —murmuró preocupado— No estoy para bromas, me puedo buscar un enorme problema. Balalaika es la que paga y envía los aviones.

—Vete a llorar a tu puta madre, ¿entiendes?

Ernesto abrió los labios, pero no dijo nada. Se quedó helado con aquella respuesta. Tragó saliva, separándose un poco de la cama. Se quedó en el suelo, aún tenía la agitación encima, pero se tomó unos momentos para mirar el móvil. Le extrañaba no haber dejado la alarma puesta, era muy responsable para esas cosas. ¿Sería que el sexo con ella a las tantas le había distraído? ¿O... habría sido ella...? En todo caso, se sentía triste. Eda podía ser dura y arisca en ciertas ocasiones, pero ayer le había tratado mal, y hoy lo estaba volviendo a hacer.

—Bueno. No pasa nada —murmuró—, te hablaré en cuanto llegue. Intentaré estar de vuelta lo más rápido posible. ¿Me das un beso?

—No me toques el coño. Ya te dije que te quedaras y has decidido ir bajo tu cuenta y riesgo. Vete a tomar por el culo.

Ernesto se puso en pie despacio y apretó los labios. Tenía ya veinticuatro años, estaba muy grandecito para ponerse a lloriquear por dos frases malintencionadas y más en aquel momento donde premiaba el estrés. Ya lloraría en el avión. Se fue sin decir nada.


Aeropuerto


Milagrosamente, Ernesto pudo alcanzar el dichoso avión justo a tiempo. Una vez se sentó en su butaca, suspiró aliviado.

El avión iba lleno, era un vuelo comercial adquirido a última hora, y de seguro que su asiento había sido reservado tras la cancelación forzosa de otro cliente con el que se habrían puesto en contacto. No era la primera vez que ocurría. Ahora que podía relajarse y que su estrés se disipaba, se puso a pensar en lo que había ocurrido la noche anterior. Eda estaba fuera de sí. Se había sentido incluso inseguro con ella, no le gustaba cuando bebía tanto. Pero tampoco le habían gustado un par de contestaciones que le había dado esa mañana. Suspiró y llevó la mano a su cuello, detrás del cuello alto de la blusa: tenía un enorme moratón y marcas de arco dental rojizo, le había hecho muchísimo daño. Cuando se miró disimuladamente con el espejo que había en el respaldo delantero, se dio cuenta de que estaba inflamado. Por eso le dolía tanto. Se volvió a ocultar la herida tras la camisa y trató de estar centrado para el trabajo.


Roanapur


El ángel de la corrupciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora