Una llamada de despedida

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Rock no estaba al tanto todo lo que hubiese querido de lo que Revy y Eda, junto a Dutch, tenían planeado. Después de una noche maravillosa junto a Revy, donde ambos acabaron sudados y exhaustos, cayó rendido en los brazos de Morfeo antes de diez minutos. Como al día siguiente libraba, ninguna alarma sonó durante el resto de la madrugada... ni de la mañana.

Cuando se despertó sobre las 10 de la mañana, Revy hacía ya muchas horas que se había ido y le había dejado una nota bajo la almohada para que no se preocupara. Pero Rock se preocupaba, siempre se preocupaba, ya no tenía el corazón preparado para cierto tipo de imprevistos y notaba el peso del pasado cada vez que algo ocurría sin tenerlo controlado. Pero tenía que controlarse: Revy había ido a alguna misión con Dutch a solas. Ninguno de los dos le cogió el móvil, pero sí lo hizo Benny, sólo para decirle que lo único que le habían contado de aquella misión era que estaba a más de 300 kilómetros de los almacenes Lagoon, por lo que ir a ciegas era un despropósito y a Rock no le quedaba otra opción que morderse las uñas hasta tener noticias.


— Horas antes... —


—Eda... ¿q... qué haces...?

Eda maldijo cuando un despiste la hizo volcar la taza en la que desayunaba. Corrió a asomarse a la habitación y le escuchó, a lo que rápidamente trató de calmarle. Pero cuando Ernesto se fijó en ella se dio cuenta de que no iba vestida normal, tenía la cartuchera cruzada en la espalda, por lo que vio claramente bajo sus axilas dos vainas de armas vacías. Enseguida se incorporó sobre sus codos y Eda suspiró.

—¿Pero adónde vas...? ¿Así vestida...?

—Vuélvete a dormir. Te hablaré en unas tres o cuatro horas.

—No, Eda —giró el cuerpo y estiró una mano para prender las luces. Al girarse hacia ella Eda estaba cabizbaja—. ¿Es que... ibas a irte... sin avisar? ¿Querías dejarme?

—No —se apresuró a murmurar, tocándolo del pecho. Se acuclilló al lado de la cama y negó con la cabeza—. No digas tonterías. Acuéstate y sigue durmiendo, y por la noche volveré.

—No te he ocultado nada desde que estamos juntos. Nada en absoluto. Espero lo mismo de vuelta —le dijo tajante, mirándola a los ojos—. Dime adónde vas, por favor.

—Es sólo una bobada. Pero descuida, te iré escribiendo en cuanto pueda.

—Allá donde vas parece peligroso. Y esto... esto es... —resopló. Eda notó perfectamente cómo su mirada y su expresión facial pasaba de ser somnolienta a una de claro cabreo, cuando tocó las vainas de su cartuchera—. Me dijiste... no. Me prometiste que no volverías a hacer estas cosas... a cambio de que yo no ejerciera en Roanapur. ¿Pensabas ir por libre haciendo lo que te diera la gana? ¿¡Con armas!?

Eda movió la vista hacia sus cartucheras vacías y se le ocurrió la excusa perfecta. Su mente estaba preparada para las mentiras rápidas e improvisadas. Él era lento aún con esos temas...

El ángel de la corrupciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora