Consecuencias

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—Estás bien jodida, corazón.

—¿¡Jodida yo...!? —los hombros le temblaban de la risa, pero de pronto, se abalanzó con la fuerza de un animal cabrío sobre Eda, sin éxito. Estaba con los grilletes separados encadenada a la silla, así como los tobillos. Rosarita contaba ya varios días sin comer más que un chusco de pan y dos vasos contados de agua por propia voluntad, pero todavía tenía energías para los policías que la interrogaban. La CIA y la Interpol habían colaborado para tratar de extraerle la máxima información posible, sin embargo... no soltaba prenda, sólo pensaba en matarlos a todos, en exterminar a la humanidad si hacía falta antes de que alguien le pusiera un dedo encima a García. Y García ni siquiera había sido el tema de conversación de ninguno de los interrogatorios. Edith Blackwater observaba risueña a su presa, con altivez absoluta, cosa que sacaba de quicio a la colombiana.

—Como te decía, estás jodida. Hagas lo que hagas, acabarás con un tiro en la sien en cuanto pongas un pie fuera. Te odiará todo el país en cuanto te nombremos y pongamos tu foto —ladeó la cabeza, pensativa—. ¿Crees que validarán mi propuesta de la inyección letal? Propongo un viaje a un país donde aún no esté abolida la pena de muerte. ¿Eso te parecería bien?

Roberta echó una risita sin preocupación alguna. Pero entonces la americana la apretó más con sus frases.

—Llamaría a García a primera fila, eso sí. Para que os miréis a los ojitos mientras te están pinchando. Au.

Eda se rio a la par que Roberta dejaba de hacerlo. Tenía mucha rabia acumulada. Se trató de abalanzar sobre ella una vez más, pero las fuerzas empezaban a fallarle... ya no tenía los suplementos de su parte.

—No quiero que hables con él, ¡¡ERES UNA MALDITA ZORRA!! TE JURO QUE TE MATARÉ. TE LO JURO.

—No —se puso seria de repente, alisándose la falda de tubo con las manos. Fue poniéndose en pie. Había estado apoyada sobre la mesa durante todo el encuentro—. Te mataré yo a ti. Disfruta de tus últimas bocanadas de oxígeno. Sé que esa gente no te encerrará en un psiquiátrico.

—Espero que lo digas de verdad —le escupió a distancia, aunque su saliva no alcanzó gran alcance—. Porque como te salga mal... —empezó a partirse a carcajadas, siguiéndola con la mirada—. ¡COMO TE SALGA MAL, NI UN PERRO ENCONTRARÁ TUS PUTOS HUESOS!

—De un modo u otro pagarás por todas las vidas que has arrebatado —le contestó con voz calmada, mientras abría la puerta de la sala con la llave.

—PERO QUÉ COÑO VAS A ENSEÑARME TÚ A MÍ, ¿¡MORAL!? PUAHAHAHAHAHAHAHAHAHA.

Edith la miró de soslayo y la ignoró, cerrando la puerta rápido y volviendo a echar la llave. Al otro lado sintió cómo se la llevaban, como siempre, precisando de varios efectivos.

—Qué tía más tocacoños —musitó para sí misma, aunque una voz tosca la pilló por sorpresa a sus espaldas.

—¿Qué información de las FARC has obtenido?

—Ninguna en absoluto. No sabe nada —respondió guardándose la llave. Cuando se giró hacia su superior, su padre, el hombre le convidó un cigarro. Eda se quedó mirando el cigarro y llevó la mirada hacia él de nuevo, negando brevemente.

—Bien, Edith. Espero que estés llevando bien la abstinencia —comentó tirando el cigarro a la basura. Eda siguió el trayecto de ese cigarro, verdaderamente le costaba aguantar las ganas. Pero se había propuesto ponerse más seria con los entrenamientos. Había perdido capacidad pulmonar por haber perdido el control de los cigarrillos que fumaba al día en Roanapur—. ¿Has estado atenta a las escuchas?

El ángel de la corrupciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora