Visita hospitalaria

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Rock sufrió mucho los primeros días... y le sorprendió que Revy fuera su única visita. A menos que los calmantes le hubieran jugado una mala pasada y le hubieran borrado parte de la memoria, no recordaba haber visto a Eda desde el tiroteo. El primer día lo pasó por alto, pero el segundo, bastante más cabreado, la telefoneó sin parar al móvil, y más cabreado se puso cuando no recibió contestación alguna. Empezó a imaginar lo peor. Recordaba grandes trazos de lo que había hablado con Revy. ¿Habría sido capaz de contárselo todo a su amiguita del alma? ¡Llevaban meses sin dirigirse la palabra! ¡Y todo gracias a él! Sintió, con cierta satisfacción, que las había enemistado y que no quería que se llevaran bien nunca jamás, porque eso haría que él no pudiera beneficiarse de ellas, y no precisamente en el sentido carnal. Rock había dado tumbos psíquicos el último año, no todos para bien. La gente de su alrededor también lo sabía. Estaba adquiriendo la mala sangre de Roanapur y sus delincuentes; cada vez era más y más indolente con las personas que le rodeaban. Por supuesto que quería volver a Black Lagoon, porque no se había olvidado de Revy en el terreno sentimental, y tras todo aquel tiempo junto a Eda se había dado cuenta de que era la más tierna y entregada de las dos. De Eda no podía esperar grandes confianzas, porque le parecía más inteligente y astuta que Revy. Pero a Revy... con Revy podía. Con Revy podía tener todo en la vida, era el ingrediente que le faltaba para ser feliz. Tenía dinero, una dinámica estabilidad en el trabajo que le mantenía activo, y Revy estaba en el mismo ambiente sucio y podrido en el que él necesitaba estar para hacer avances en la sociedad.

He metido a una loca pedófila en la cárcel. Una criminal de guerra. Deberían pagarme por lo que les he conseguido. Y aquí estoy, solo y amargado.

Dio un golpe en la mesa y entonces sintió que tenía que volver al mundo real: sus costillas seguían astilladas y sus fibras musculares jodidas. Gritó de dolor y la puerta se abrió de repente. Una enfermera negó con la cabeza y se acercó a él despacio, ayudándole a ponerse recto.

—Pero tenga cuidado, hombre... ¿no ve que está curando una herida de bala?

—Al lado de la del pecho, la herida del gemelo ni la noto.

—Porque esa fue un roce... afortunadamente. La del pecho fue más grave —le intentó explicar con dulzura—. No me asuste más, eh. Pensé que se había caído.

—Es usted la única que se preocupa por mí, al parecer —masculló—. ¿He tenido alguna visita en la madrugada?

La chica negó con la cabeza.

—No que yo sepa... lo lamento. Pero estaré yo por aquí si necesita algo, ¿de acuerdo?

Rokuro asintió y le sonrió, pero en cuanto se dio la vuelta, se le volvió a descomponer el rostro. Agarró el teléfono de nuevo y probó a llamar una vez más a Eda.

Esta vez aguantó tooooodo el rato que el teléfono comunicó. Por fin, después de dos largos minutos, Eda descolgó.

—¿Hola...? —preguntó Rock, intentando regular su cabreo en el tono.

—Estoy ocupada. —Le contestó Eda, con total neutralidad. Rock se quedó callado. Pero al afinar un poco el oído, se dio cuenta de que había sonido de viento en la llamada. Estaba caminando o conduciendo con las ventanillas bajadas.

—¿Ocupada con qué? Viniendo aquí a ver si sigo vivo, ya veo que no.

Eda le colgó.

Rock se separó lentamente el móvil de la oreja al oír la finalización de la llamada. Frunció las cejas y miró la pantalla, alucinado. Le había colgado. Le daba igual que estuviera allí.

El ángel de la corrupciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora