Choque de toxinas

55 2 0
                                    


Rock fue velozmente a la cocina y abrió una puerta pequeña tras la que estaban los utensilios de limpieza; cogió un cubo y de cuatro zancadas llegó al salón. Eda había despertado de golpe, pero convulsionaba. Esto frenó en seco a Rock que se quedó mirándola más angustiado.

—¿¡Qué coño le pasa!?

—Relájate. Déjalo ahí y ayúdame a sostenerla.

Eda se agitaba involuntariamente sobre el sofá, las piernas le temblaban, y la boca comenzó a burbujearle en las comisuras. Rock sintió su corazón acelerarse, era joven, con la vida por delante, una carrera hecha, cientos de aptitudes, no tenía más que cuatro años más que él y que Revy.

No te la lleves, Dios, no te la...

Pero Dios no se la iba a llevar estando Ernesto allí. Logró aplicar una inyección y al retirar la aguja del brazo, le hizo un gesto a Rock para que le ayudara a incorporarla un poco. Eda balbuceó incómoda cuando el médico le introdujo los dedos en la boca hasta el fondo, y al palpar la campanilla los retiró rápido, haciéndola vomitar a la primera arcada. Rock le aproximó el cubo, aunque Eda no parecía saber ni hacia dónde lo echaba todo, simplemente se vaciaba como una maldita regadera. De pronto la escuchó toser con su voz mientras continuaba devolviendo, su garganta emitía sonidos de esfuerzo y su abdomen se contraía ante la presión de la mano de Ernesto, que estaba cerciorándose de que nada se quedara retenido en el sistema digestivo por lo menos.

—Tiene la fuerza para vomitar, eso está bien —murmuró Ernesto, leyéndole los pensamientos a Rock. Aquello significaba que estaba más despierta que dormida. Rock miró que sobre el respaldo del sofá había una mascarilla y un aparatito pequeño, conectados por un tubo que mandaba el oxígeno. Eda volvió a abalanzarse sobre el cubo y vomitó más y más. A Rock empezaba a costarle ver el contenido de ese maldito cubo, pero Ernesto lo miraba con ojos científicos y soltó una risilla. —Pues sí que tiene estómago la muchacha. No es poco lo que se estaba metiendo entre pecho y espalda.

Rock se tapó la boca e hizo un esfuerzo por tragarse sus propias ganas de devolver. Después de un rato prudencial, Eda se quedó con la cara medio metida en el cubo, y ambas manos apoyadas en su borde. Le temblaban muchísimo.

—¿Has terminado, eh? —murmuró Ernesto, asegurándose en todo momento de que permaneciera con el tronco recto. Eda trató de buscar la comodidad tumbándose de nuevo, pero se lo impidió y la mantuvo con la espalda recta. —De eso nada, no me fio. No se te ocurra cerrar los ojos ahora.

—A lo mejor le viene bien... ya no tiene esto dentro por lo menos —murmuró Rock con el gesto asquiento, apartando el cubo de ella. Eda balbuceó algo y los ojos se le pusieron en blanco, su cuerpo se volvió lánguido, pero Ernesto la resituó y dejó que se le apoyara en el hombro, zarandeándola con cuidado hasta que volvió a parpadear. Le cabeceó una negativa a Rock.

—De eso nada, no quiero que se duerma. Es peligroso. Creo que ha mezclado estupefacientes alterantes con opioides. Seguramente sólo una de las dos era su intención, pero el capullo que dices que la drogó después le ha provocado un choque en el sistema nervioso. Ve a preparar el baño.

Rokuro obedeció sin rechistar. Llenó la bañera de agua caliente hasta arriba, era una bañera gigantesca y cuadrada, también de alto standing, así que mientras se iba llenando aprovechó para vaciar y limpiar el cubo y también limpiar el lavabo. Puso todos los platos sucios en la máquina lavavajillas, y mientras lo hacía, se daba cuenta que si Eda tenía un lavavajillas en casa, la casa estaba hecha mierda por pura dejadez y abandono a sí misma. Se preguntaba cuánto podía afectar la muerte de un familiar tan pequeño e inocente, y decidió enseguida no juzgar toda la suciedad que vio al entrar. Le recogió toda la casa y cuando la bañera ya estuvo lista, le dio tiempo también a poner la ropa dentro de la secadora. El apartamento de Eda parecía otro en tan solo media hora. Se encaminó de nuevo hasta el salón. El aspecto de la chica tras vomitar era si cabía más lamentable que el que presentaba en la discoteca. Rock recordaba con total nitidez el cuerpo bonito de Eda. Seguía estando tonificada y marcada, pero había adelgazado, y tenía un tono insalubre. Le apartó con cuidado el flequillo que estaba pegoteado en su frente. El mexicano se quedó mirándola prendado.

El ángel de la corrupciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora