Una reconexión imposible

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Despertó varias horas después.

¿Cuántas? No tenía ni idea. Tenía la vista borrosa, el olfato inutilizado y sentía como si le hubieran aplastado los huesos con algún tipo de vehículo. Por más que parpadeaba no veía nada, y lo primero que pensó tras resituarse era que le habían dejado ciego. Se tocó los ojos y notó dos enormes masas de carne hinchada que reaccionaban al mínimo tacto: su cara estaba deformada por los huesos rotos, la mandíbula desencajada. Gimió sin poder vocalizar nada, pero su cuerpo no respondía. Estaba apaleado de pies a cabeza y temía que lo peor estuviera por llegar si aún no estaba reunido con Dios.

Pasó otra hora de reloj hasta que Rock tratara de mover las piernas. Sintió un gran dolor en las rodillas, en las tibias y sobre todo en la espalda. Cuando consiguió rodar para quedar bocabajo, su cuerpo resbaló por bolsas. No veía nada, estaba en medio de la negrura, pero supo que estaba en algún tipo de contenedor de embarcación de mercancía por los ruidos que a veces emanaba de las paredes. Los conocía muy bien tras haber trabajado tanto tiempo en Black Lagoon. Pero se negaba a creer que fuera ese el barco en el que lo trasladaban.

Se obligó a recordar. Recordó con nitidez lo que había hecho con Eda. Había sido imperdonable. Ni siquiera se reconocía como autor de aquella conducta. Se había mimetizado con la mierda de Roanapur hasta convertirse en un criminal más, y aparte de insultarla y tratarla con tanta inquina, la había amenazado con un arma para que se quedara quieta y poder mantener relaciones sexuales con ella. Si se lo hubieran dicho un año atrás, no se lo habría creído.

Ahora que sabía que iba a morir tras recibir más tortura, no podía seguir defendiéndose. No había nadie a quien mentir allí, sólo estaba él, encerrado y a merced de otros. Ahí había acabado su trayecto como el salvador de Roanapur. En un vertedero.


Lugar desconocido


Cuando Rock pensó que ya no podía tener más miedo, alguien le pinchó en la yugular y perdió la noción de todo cuanto le rodeaba. Cuando volvió a abrir los ojos tenía un inhumano dolor de cabeza que sobrepasaba el dolor del resto de sus extremidades. Alguien le retiró bruscamente el saco de la cabeza y dos bombillas pendularon sobre su cabeza, movidas por una brisa helada. Sabía que tenía el rostro destrozado y cubierto de sangre seca. Se notaba algunos dientes rotos y picados. Le habían dado una soberana paliza... no. Le habían dado muchas palizas y había perdido todo control sobre sus últimos recuerdos.

—Así visto, no se sabe si es japonés o si tiene una enfermedad genética.

Rock movió los ojos mareado hacia la voz. Había varias formas humanas frente a él, pero le costó bastante enfocarles. Cuatro uniformados varones y dos mujeres. Una de ellas, rubia y con el pelo largo recogido en una coleta. No le hizo falta enfocar muchos más segundos para saber quién le estaba devolviendo la mirada.

—Trae la sierra —musitó una voz masculina.

Rock parpadeó notando otro fuerte calambre en la sien. No podía moverse, ahora tenía las muñecas y los tobillos atados. Según pasaba el aturdimiento inicial, se percató de que la brisa helada le provocaba frío en la piel... y que la brisa se colaba por cada centímetro de su cuerpo. Estaba desnudo.

—Muchacho, ¿me oyes? —una mano se le puso cerca y le chasqueó los dedos, lo que le asustó al no esperárselo—. Bien, bien. ¿Sabes por qué estás aquí?

Rock estuvo a punto de perder la consciencia, los ojos se le pusieron en blanco pero la misma mano le dio palmaditas leves, buscando su atención.

—Gah...

El ángel de la corrupciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora