No somos máquinas... todos sufrimos

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Balalaika había vuelto a citar al equipo de Black Lagoon en su oficina. Rock tenía ciertos nervios, siempre los tenía cuando se trataba de la rusa. Pero esta vez iba más confiado: la noche que había pasado con Revy había sido tan insuperable que no paraba de darle vueltas a lo afortunado que se sentía. No había otra palabra para explicarlo. Se sentía pleno, como si hubiera ganado la lotería del amor, y nunca mejor dicho: recordar la cara de placer de Revy recibiéndole sin parar, gimiendo, y luego mostrándose tan cariñosa... para él había sido un regalo. Aquella mañana, cuando despertó, se sorprendió al ver que ella se había levantado antes y que había dedicado las primeras horas a recoger toda la porquería que inundaba el suelo de su cuarto. También había estado sacando y volviendo a doblar toda la ropa del armario empotrado. Rock se levantó y vio el armario perfectamente limpio y ordenado, sus abrigos bien colgados, aunque la cama y gran parte de la habitación seguía siendo un desastre. Era como si lo hiciera por él, y aunque fuera una tontería, le gustó. Porque sabía perfectamente que Revy jamás ordenaba ni limpiaba el cuarto.

Después de darse una ducha y tomar café, toda la plantilla se personó en el despacho de Balalaika. Rock sintió muchas ganas de orinar, y antes de que la propia rusa llegara, pidió disculpas y buscó el baño por uno de los pasillos. Al salir, escuchó voces en una de las habitaciones contiguas. Pensó en meterse de vuelta en la oficina, aunque como casi siempre en él, la curiosidad le ganó y asomó un poco las narices. Habían dos personas hablando en ruso. Rock tuvo una corazonada y supo que no se equivocaba.

Al fijar bien la vista, pudo reconocer a un hombre de unos cuarenta años, con rasgos duros y cuadriculados, de ojos azules y pelo rubio ceniza. Supo que hablaban ruso. El chico que le dirigía frases mordaces, a juzgar por el tono que empleaba, no sería mayor de trece o catorce años. Resultaba imposible compararlo con García, el niño adinerado al que cuidaba Roberta. Este chico que observaba ahora era indudablemente ruso. Tenía hombros anchos, brazos musculados, porte a medio camino entre niño y hombre, una cabeza grande y frente ancha. Sus ojos eran enormes, de un color turquesa que podría cautivar a cualquier dama, y el pelo rubio. Tenía unas graciosas pecas sobre la nariz que le daban un toque aniñado y los labios rosados, pero cuando Rock le oía hablar, supo que aquel chico ahí sentado tenía mucho carácter. De pronto les oyó finalizar la conversación y ponerse en pie, y se apresuró a separarse del marco de la puerta desde donde espiaba.

Tiene que ser su hijo, estaba seguro. Se hizo el tonto esperando en el pasillo, jugueteando con las manecillas de su reloj de pulsera, hasta que el hombre más mayor pasó por su lado mirándole con desconfianza. Rock aguardó al crío, aunque cuando éste pasó tras el desconocido, el japonés se quedó trastornado al tener que levantar el cogote para ver el rostro de aquel "crío". Era descomunal. Se notaba que era un niño. Que aún no estaba crecido del todo, que la voz le estaba mudando, y que pese a su altura y corpulencia, le faltaba desarrollarse. Pero los genes rusos de su madre estaban ahí, el niño era igual o ligeramente más alto que Balalaika, y por descontado, le sacaba unos centímetros a Rock. Tragó saliva. ¿Eso era normal?

Rock supuso que se trataba de padre e hijo por lo que Balalaika le había dado a entender durante su viaje, pero no tenían por qué tener esa relación... ni tampoco tenía por qué ser cierto cualquier cosa que le contara Balalaika de sí misma. Siguieron discutiendo cuando aumentaron una distancia con él, como si el tema del que estuvieron hablando en la habitación no hubiera quedado zanjado. El chico era muy atractivo. Y tenía una mirada aniquiladora, como su madre. Al fijarse en el hombre, supo que no había esa fuerza en el carácter. No la proyectaba. Rock suspiró y se apresuró a volver a la oficina.


Para entonces, Balalaika ya llevaba un buen rato hablando con Dutch, Benny, Jane y Revy. Les mostraba algunas grabaciones mientras Dutch asentía, y luego, le enseñó un retrato de la cara de Eda. O, mejor dicho... 

El ángel de la corrupciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora